GENERACIONES

Una mirada de las generaciones
inspirada en la astrología


Goio Monterroso


“Cada sistema contiene su propia medida del tiempo
 y, en cuanto sistema conectado con su entorno,
 el tiempo se enriquece y se llena de dimensiones.
“Cada elemento de un sistema posee su propio reloj,
 su medida singular de la magnitud del proceso interior
 que se está desarrollando con respecto al entorno exterior.
“Cada uno de nosotros somos una multiplicidad de relojes internos.”
(John Briggs y F.David Peat “Las siete leyes del caos” [i] )




Fotos: caminantes de Ecoturismo Amuyen (Balcón de León, Jujuy, 2014)

San Salvador de Jujuy, Julio 2017
Permitida su reproducción total o parcial con mención de la fuente.





ÍNDICE

Una mirada que nace en la astrología pero va más allá
Alcances de esta investigación
“Diversidad generacional”
( I )
Entonces .. una diversidad de generaciones conviviendo
Nacidos/as en los 50s
Nacidos/as en los 60s
Nacidos/as en los 70s
Nacidos/as en los 80s
Nacidos/as en los 90s
( II )
Los millennials a los ojos de otras generaciones
Criando y conviviendo con los nacidos en los 80s
Escucharnos
Poca solidez
Lo que ellos son y no son
Los millennials y los nacidos en los 60s
Los millennials y los nacidos en los 70s
Criando y conviviendo con los nacidos en los 90s
¿“Los millennials van a cambiar el mundo”?
A modo de conclusión
Autoretrato: los nuevos viajeros
( ANEXO )
Eventos astrológicos significativos del siglo XX-XXI
Encuentros entre los planetas transpersonales
Tránsitos de los planetas transpersonales por los signos
El ciclo entre Saturno y Plutón
El ciclo entre Júpiter y Urano
Tres grandes momentos
El ingreso al siglo XX
Los años 60
Los años 90




El trabajo con la forma
en que aquí se presenta
nació como un aporte
 para un libro
 sobre los millennials.

Por eso tiene dos partes:
la primera, una mirada
 de las generaciones nacidas en la segunda mitad del siglo XX (necesariamente simplificada para esa ocasión);
la segunda, algunas reflexiones sobre las relaciones
 entre los llamados “millennials”
 (los nacidos en los 80s y los 90s, en esta investigación)
 y las generaciones anteriores.

 Se agrega al final
un anexo que resume
 la información astrológica
que sirvió de inspiración inicial
 a esta investigación.

Goio Monterroso

Nació en Buenos Aires en 1951.  Vive en Jujuy desde 1987.
 Vivió también en Salta y en Madrid.
Es astrólogo desde 1991, integrando la astrología a sus trabajos y reflexiones
 para la comprensión de procesos personales, grupales, sociales y planetarios
y el desarrollo de la conciencia.
Estudió ciencias económicas y trabajó en grandes y medianas empresas hasta 1986.
Desde fines de los 80, ha participado en la creación, desarrollo, gestión
 y procesos de facilitación en pymes, ongs, proyectos y organizaciones sociales,
 socio-productivas, culturales y de biodiversidad.
Actualmente se orienta a apoyar iniciativas y proyectos
 con nuevas generaciones y miradas, y a la investigación y la comunicación.



*

Una mirada que nace en la astrología pero va más allá




La mirada de las generaciones que aquí se presenta es una investigación en curso, abierta. No tiene la pretensión de contener afirmaciones definitivas; al contrario, es una invitación a compartir percepciones, abriendo una conversación que nos enriquezca a todos. Por la misma razón no debe ser vista como una tipología que clasifique o encasille a las personas o a los grupos sociales. Porque se trata de una historia en pleno desarrollo, de vidas y procesos colectivos desplegándose. Es sólo una mirada más desde el camino; una mirada entre muchas posibles, que busca y espera aportar su matiz a la comprensión del presente.

Nace inspirada en la astrología, pero va más allá de ella. De hecho, la intención es que pueda compartirse y conversarse sin necesidad de saber ni de “creer” en la astrología, para poder enriquecerse y mezclarse más fácilmente con otras miradas y puntos de vista.

La astrología desde antiguo dirige su atención a los movimientos del cielo buscando echar luz sobre los sucesos de la tierra. En nuestra época su uso más difundido (dentro de los enfoques fundamentados de este saber) es para tratar de comprender vidas individuales, tanto en cuanto a su potencial como a sus ritmos, ciclos y la textura energética y significación de momentos y procesos de vida, e incluso de hechos específicos. Pero la mirada astrológica del cielo se utiliza también –desde su origen- para comprender procesos colectivos del planeta, momentos históricos y su manifestación en los acontecimientos de las sociedades humanas.[ii]

Ahora bien, sucede que las configuraciones del cielo que acompañan los momentos del tiempo histórico, se encuentran también reflejadas (masivamente) en las cartas de los humanos que nacen en ese tiempo (ya que la carta natal es la “foto” del cielo del momento y lugar en que nacemos). Por lo tanto, esas configuraciones de cada momento histórico, pueden ser usadas para intentar comprender los sucesos de ese momento pero también pueden ser vistas como una impronta peculiar, una suerte de “adn” astrológico que cada generación porta, en sintonía con la textura energética de la época en que nace.

En otras palabras, las generaciones pueden verse como encarnaciones de diferentes momentos históricos y planetarios  a través de “camadas de humanos” que nacen con esas configuraciones en común. Lo que esta mirada intenta sintonizar es algo así como ese “trasfondo energético” que las impregna. Los hechos no siempre van a ese mismo ritmo, ni responden linealmente a él; por eso, no siempre vemos que “suceda” lo que se supone que ese movimiento o impronta energética marca, sobre todo en las vidas individuales, que tienen en cada caso sus propias circunstancias, modos, ritmos y tiempos a través de los cuales diríamos que van “buscando” sintonizar y alinearse con estos macro-movimientos de la energía, en un juego continuo de experiencias, pruebas, estrategias de adaptación, evitación, etc. (juego en el cual, dicho sea de paso, es muy común que la conciencia no sea un actor central, en la medida en que suele estar “mirando hacia otro lado”, buscando realizar modelos e intereses que ha definido a priori, mental-emocionalmente, como atractivos).

En esta interconexión de tramas cada generación, a partir de su impronta inicial (como sucede en las cartas individuales), vivirá acontecimientos, desplegará experiencias, afrontará desafíos, explorará caminos, etc. en un proceso dinámico y diversificado de aprendizaje, que a su vez se entrelazará con los procesos y los climas energéticos propios de los momentos históricos siguientes que irá atravesando, y los “adn” de las generaciones anteriores y posteriores.

Entre los muchos aspectos útiles de la mirada generacional, uno que he experimentado repetidamente en la consulta astrológica es que algunas cuestiones que vivimos como dilemas individuales que sentimos que no logramos resolver, muchas veces son más bien situaciones generacionales (momentos o fases de procesos de transformación colectiva) que se plantearían, comprenderían y resolverían mejor en ese marco. 

Casos muy frecuentes de esto son algunos de los dilemas que se presentan en las relaciones de pareja a los nacidos en los años ´70 y en los ´80 (de dos maneras diferentes). O la frecuencia con que los nacidos en los 90s sienten no tener un interés concreto, focalizado, por nada en especial, una “vocación”, a veces mientras paradójicamente vienen realizando múltiples y ricas experiencias.  Muchas veces, esas sensaciones son en el resultado de una buena conexión con su “adn” generacional, es decir, con la impronta del tiempo histórico que les toca encarnar y procesar junto con su coetáneos, con la correlativa dificultad de articular esa identidad con los formatos establecidos por la sociedad –generalmente correspondientes a generaciones anteriores-.


Alcances de esta investigación

La investigación incluye actualmente los nacidos durante la segunda mitad del siglo XX, que es con quienes he tenido hasta el momento oportunidades suficientes de explorar sus modos de percibir la vida y expresarse. El siglo XXI, por cierto, sigue ofreciendo nuevos movimientos energéticos, astrológicos, socio-históricos, tecnológicos, ambientales, etc. que continúan desplegando el profundo cambio planetario en curso, y tiñen seguramente con sus improntas a las generaciones que siguen naciendo.

Es importante señalar que la mayoría de las observaciones, historias, testimonios y percepciones que nutren (al menos hasta hoy) esta investigación corresponden a ámbitos urbanos, occidentales y latinos, con bastante énfasis en Argentina y en clases medias (aunque no solamente). Las limitadas ocasiones en que he podido hasta ahora contrastarla en otros contextos (otros sectores sociales, otros países, ámbitos rurales, marginalidad, otras culturas, etc.), en principio estimulan la idea de que esta suerte de patrones o perfiles también están presentes en ellos, aunque los modos de manifestación, expresión y respuesta individual y social sean diferentes en cada contexto.

A los fines prácticos, esta investigación organiza la mirada generacional por décadas: los nacidos en los 50s, en los 60s, en los 70s, etc. [iii] La elección de este criterio es en gran medida para simplificar la exposición y el uso de esta información, aunque sin olvidar que el flujo generacional –desde esta mirada- se va tejiendo con múltiples combinaciones del cielo, que tienen diferentes ritmos y lapsos de vigencia. Esto último se refleja, entre otras cosas, en que es bastante común que los nacidos a comienzos o finales de cada década se identifiquen también parcialmente con características de la década anterior o la siguiente, según el caso.

Como toda mirada colectiva, no todas las personas se reconocerán en ella; más bien debe tomarse como un entramado de trasfondo que, junto con otros entramados, contribuye a dar ciertos rasgos o patrones a grupos de edad.


“Diversidad generacional”

Una de las primeras y significativas reflexiones que sugiere esta investigación es la siguiente: si es cierto que estamos inmersos en un cambio muy profundo, radical e irreversible de la vida del planeta, de esos que sólo suceden cada muchos milenios, y que ese cambio se está generando e instalando en el planeta a una alta velocidad (al menos desde algún momento de la segunda mitad del siglo XX), entonces las diferentes generaciones que han ido llegando y hoy conviven, pueden ser vistas como la manifestación, la encarnación, de sucesivas fases que va atravesando ese proceso planetario y social en desarrollo, es decir, como portadoras cada una de ellas de diferentes modos de configurarse y comprenderse la vida, todos ellos esencialmente nuevos (desde los años 60 al menos) y a la vez transitorios.

Eso implica, a mi entender, que además de explorar las características de cada generación, es necesario replantearnos el modo mismo en que concebimos cómo las generaciones se imbrican entre sí, y dejar atrás algunos modos que hemos aprendido para mirar la cuestión en otros contextos, como serían: uno, el ver a los más jóvenes como versión en pequeño de los más grandes (con la perspectiva, a lo sumo, de superarlos haciendo mejor lo mismo); el otro, diferenciar “los de antes” y “los de después”, cuando algún cambio profundo y específico ha atravesado una sociedad (p.ej., los de antes y los de después de la revolución francesa o rusa, o los de antes y los de después de la computación, etc.).

Estoy sugiriendo que esta vez conviven en el planeta varias maneras de estar en el mundo, en términos generacionales. Todas ellas igualmente legítimas. Todas igualmente fragmentarias, provisorias e incompletas. Es decir, un fenómeno parangonable, esta vez, al viejo y conocido hecho de que en el planeta conviven diferentes especies, climas, etc., o que en las sociedades humanas coexisten diferentes razas, culturas, religiones, modos de la sexualidad, etc., y que eso es parte de la esencia de la vida terrestre. Lo cual nos plantea la cuestión de la “diversidad”.

Es por eso que propongo una expresión que intenta captar con una mirada apropiada el actual fenómeno de las generaciones: Diversidad Generacional.

Cualquier lector o lectora avisado ya se habrá dado cuenta que la consecuencia de esto es muy profunda: si esto es así, no hay nadie que hoy tenga más razón que el resto, no son más válidos los códigos y modos de estar en el mundo de una generación que los de las otras; estamos “condenados” a convivir aceptándonos diversos, y todo intento de imponer un modo sobre los otros sólo augura violencia, dolor y muerte, además de estar destinado al fracaso con el solo paso del tiempo, si es que este proceso de cambio de la vida es efectivamente profundo e irreversible.
… Como era previsible, esto lo perciben con más facilidad los nacidos en las últimas generaciones (sobre todo desde los 80, podríamos arriesgar) que los que venían de las primeras fases de este proceso, a los cuales usualmente les cuesta más sintonizarlo tal como es (los de los 50s, en especial).


( I )
Entonces ... una diversidad de generaciones conviviendo

La siguiente es una primera mirada desde esta perspectiva, que abarca a los nacidos/as en la segunda mitad del siglo XX. Son sólo algunas pinceladas; y en las primeras generaciones hemos elegido hacer cierto énfasis en la cuestión de hombres y mujeres (entre los muchos temas posibles de explorar).

Nacidos/as en los 50s

Los/las nacidos en los 50s (aquí pueden incluirse también los de los últimos años de los 40s) parecen encarnar la última generación que porta en su “adn” lo que, mirando desde hoy, podríamos llamar genéricamente “las viejas estructuras” (con formas peculiares en cada cultura). Pertenezco a esta generación (nací en 1951). Formados en y por las viejas estructuras, nuestro “adn” nos lleva a concebir la vida como la realización de modelos previamente establecidos. La vida dentro de órdenes jerárquicos, el trabajo en formatos de identidad profesional y marcos institucionales básicamente fijos, una ecuación preestablecida de esfuerzos y posibles logros (que incluye al éxito como una dirección más bien obligada hacia un lugar poco probable -la zanahoria-), un rol esencial del tiempo cronológico (y su hija dilecta: la repetición) en la percepción y organización de la vida, una prioridad de las formas sobre la energía, un gran peso de lo individual frente a lo grupal, son algunos rasgos del “adn” de esta camada generacional (parcialmente coincidente en el tiempo con la categoría de baby-boomer). En la vida laboral y profesional, el pasado y el futuro formatean el presente. En las relaciones familiares y amorosas, y también en el trabajo, el patriarcado organiza los roles.

En los nacidos a partir de 1956-58 estos rasgos se van mezclando gradualmente con algunos elementos nuevos, como la mayor atención al nivel grupal en el modo de estar en la vida como contrapeso a la excesiva afirmación de lo individual.

Esta generación (que podemos considerar de fuerte impronta saturnina, capricorniana), en su mayoría habría de vivir en su juventud la fuerte y revolucionadora irrupción de la energía sesentista (astrológicamente simbolizada en la conjunción de Urano y Plutón en oposición a Saturno), con lo cual quedará inmersa en una radical dualidad entre el mundo para el que fue formada y el contramundo que emerge con fuerza en esos años, y en el cual queda sumergida. Una multiplicidad de factores y circunstancias concretas harán que algunos se recuesten sobre el lado conservador (lo aprendido) y otros sobre el lado transformador o revolucionario (lo descubierto). Los segundos no podrán sustraerse, de todos modos, a la paradoja de “adherir a lo nuevo con modos viejos”; el exceso de esquemas, de organización, de jerarquías, de racionalizaciones, etc. lo delatará tarde o temprano; básicos instintos y hábitos patriarcales (tanto en hombres como en mujeres), difíciles de erradicar totalmente en esta generación, también. 

La mayoría de las mujeres de esta generación se introducirán tarde o temprano en el proceso de transformación de los roles de género, a veces voluntariamente –por decisiones o conciencia-, o más comúnmente llevadas por las limitaciones, la frustración o el dolor de largos matrimonios estructurados en esencia bajo el viejo modelo –más allá de buenas intenciones, o declamaciones e intentos igualitarios-. Les ha tocado una travesía difícil de este proceso, con la muerte (nunca completada) de viejas ilusiones amorosas, y el desarrollo (con altos precios y restricciones) de una nueva conciencia de su propio valor y sus derechos, empujándolas a una artesanal y difícil construcción de vínculos de nuevo tipo junto a una sabia soledad.

Los hombres de esta generación, mayoritariamente, resistirán este proceso, pero irán sucumbiendo a la desintegración gradual e inevitable de sus viejos privilegios, con el riesgo de quedar estancados en vínculos amañados o empobrecidos, soledades asumidas con resignación o concesiones obligadas. Si a las mujeres les tocó el trabajo y el dolor de morir y renacer en este proceso, para muchísimos hombres de esta generación el resultado parece haber sido más bien un cierto empobrecimiento de sus vínculos amorosos, sin llegar a comprender demasiado lo sucedido.

¿Por qué esta diferencia de caminos entre hombres y mujeres?  La mirada de esta investigación asume que una de las dinámicas centrales del cambio de los tiempos que se despliega en el siglo XX y XXI -si es que no la principal- es la reconfiguración del ejercicio de la energía masculina y femenina entre hombres y mujeres. Este proceso se potencia energéticamente con el parto de los años 60. Es así como a muchísimas de las mujeres de los 50s, les implicó asumir -con comprensible poca pericia, y no siempre convencidas-, un nuevo modo de estar en la vida (autoafirmativo, más independiente, etc., en esencia, con mucha carga masculina) para el que no estaban preparadas pero que, con masculina determinación, asumieron valientemente como desafío. Para los hombres, el debilitamiento del ejercicio tradicional de la masculinidad basada en la simplicidad de la dominación y la fuerza, los fue sumergiendo en el incomprensible mundo de la sensibilidad y la vincularidad profunda, sin atinar  –la mayoría- a abrirse amorosamente (femeninamente) a tal experiencia.


Nacidos/as en los 60s

En los años 60 una profunda conjunción de vientos de cambio renovadores (Urano, Acuario) y profundos impulsos de destrucción de lo viejo al precio que fuere (Plutón, Escorpio) eclosionan en las sociedades humanas –y por ende también en las cartas de los nacidos en esos tiempos-. Esta suerte de parto de una nueva época, que astrológicamente alcanza toda su potencia hacia 1965-66 [iv], se va sintiendo gradualmente desde comienzos de la década, tanto en los múltiples, fuertes y determinantes acontecimientos de la época en todos los ámbitos de la vida, como en la energía de los que van naciendo; para 1963-64, esta textura energética ya predomina claramente sobre la de la década anterior.

Se podría decir que los/as nacidos en los 60s encarnan en su “adn” una primera versión de un nuevo tiempo. Potente, rebelde, contrastante, creativa, la nueva energía se va abriendo paso. Aunque criados/as mayoritariamente por el viejo mundo y sus habitantes, los mueve un “instinto” diferente, que algunos sintonizan y asumen tempranamente –con la consecuente rebeldía en el modo de conducir sus vidas- y otros reprimen o limitan durante años o décadas por el miedo inherente a las consecuencias de la confrontación o la radicalidad de la libertad que esa energía agita, o heridos por la dureza de acontecimientos de la infancia con que la vieja energía respondió a esa temprana y muy expuesta apertura.

Como sea, con fuerte impronta acuariana (y también ariana-escorpiana, sobre todo en las mujeres), las y los sesentistas irán descubriendo que sienten la vida como un hecho creativo, intenso e impredecible, que una profunda desconfianza les dificulta entusiasmarse con las estructuras que la sociedad les ofrece –aunque adhieran o se adapten a ellas, cercenando o limitando así la expresión de su propio ser, cuando no encuentran caminos alternativos-. Algo les dice que lo establecido, lo pautado, es la muerte de su fuego vital, que las identidades fijas son la cárcel del ser, que el orden jerárquico es tramposo, que las promesas de la sociedad también, que el esfuerzo sólo vale la pena cuando emana de la libertad, que el tiempo es relativo, que la energía es más valiosa que las formas, que los horizontes de exploración de la vida y de la conciencia son ilimitados y no tienen reglas ni verdades a priori a las que circunscribirse. No será fácil que encuentren refugio en las propuestas “revolucionarias”, o en creencias promocionadas con garantía de éxito, o planes organizados para un mundo mejor, cuyo olor a viejo no podrán evitar percibir. Por eso, siempre que puedan, elegirán lugares marginales (lejos de los centros, fuera de lo muy institucionalizado), roles no muy definidos, una organización no lineal del tiempo y la acción, caminos provisorios y flexibles, en los cuales explorar y experimentar con mayor libertad el potencial que alcanza la energía cuando logra no quedar atrapada en estructuras, cuando desborda los límites de lo formateado. Ni el mundo laboral organizado ni los proyectos familiares pre-horneados les atraerán demasiado. El presente, que tiene más energía que el pasado y el futuro, cuestiona el pasado y trata de encauzar (pero no formatear) el futuro.

Los 60s parecen encarnar energéticamente un momento determinante en el cambio de polaridad entre lo masculino y lo femenino (lo cual parece también reflejado en muchos hechos sociales e históricos, en particular el ascenso de las luchas feministas y de sectores oprimidos y marginados en general). Quizás por eso las mujeres de esta generación tenderán más naturalmente a ser combativas que a adoptar la parte que les tocaba en los roles patriarcales, todavía vigentes en la sociedad pero poco confiables desde su percepción. Con mucha frecuencia, les tocará pagar los precios de una independencia asumida, y tendrán la energía con la que hacerlo.

Los hombres de esta generación parecen nacer con el “adn patriarcal” debilitado y poco operativo, a la vez que con una mayor sensibilidad disponible, aunque sin experticia en cómo encauzarla. Por eso será común que les cueste mucho tiempo y varios intentos encontrar caminos y modos de ser y de vivir con los cuales tornar productiva y satisfactoria esta nueva mezcla –frente a una sociedad que los empuja a roles masculinos de formato viejo, en los cuales ellos cada vez resisten menos-. A los ojos de las aguerridas mujeres de su generación, lucirán frecuentemente como débiles, inmaduros o indecisos. Les tocará empezar a explorar, sin mapas, referencias ni demasiados apoyos, y en una relación de fuerzas poco favorable, un nuevo camino de lo masculino.  

Las mujeres y hombres de esta generación han estado viviendo en lo que va del siglo XXI el tránsito de los 40 a los 50 años de edad, un rico, revuelto y profundo período vital de reorganización de la identidad y del lugar en el mundo, por lo cual muchos y muchas de ellas muestran ahora madurados resultados y logros del peculiar desafío recibido con su “adn” generacional.


Nacidos/as en los 70s

Los años 70 parecen encarnar una suerte de transición en los grandes movimientos del proceso del siglo XX, lo cual se refleja en el ”adn” de esta generación (coincidente sólo parcialmente con lo que otras clasificaciones identifican como Generación X). En mi experiencia, es visible que los nacidos en estos años en general ya no portan esa tan intensa carga energética descripta para los sesentistas; tampoco tienen la textura, los dilemas, tensiones y tentaciones de los nacidos en los 80s. Pero no es tan claro –a mis ojos, al menos- cuál es su propia impronta.

Es una generación donde hay un predominio de las mujeres, podría decirse muy en general. Mujeres autosuficientes, con gran capacidad de desplegar su energía para construir y manejar su mundo; muy femeninas en su aspecto, pero con un modo de manejo de la energía altamente masculino: determinado, autoreferenciado, potente (si bien despojado ya en general del impulso confrontador que signó a la generación anterior) [v]. Como quien hereda una batalla ganada (sin ser muy consciente de ello) y simplemente ejerce su poder para tratar de construir un mundo a su manera.

Los hombres de esta generación, en alto porcentaje, lucen como funcionales y complementarios de este movimiento: más dóciles que dominantes, con frecuencia sin proyectos propios claros –o con limitada convicción y fuerza para impulsarlos-, sensibles pero de estructura demasiado lábil. Como quien hereda una batalla perdida (sin saberlo), no termina de descubrir qué está pasando, cuál es su nuevo lugar en el mundo y cómo ejercerlo; y tampoco tiene una pulsión muy fuerte para hacerlo.  En su versión más lúcida, los hombres de esta generación son abiertos y sensibles, creativos, con pocas rigideces y dogmas, moviéndose con fluidez en el campo de la experimentación.

A veces percibo a esta generación como si no tuvieran un registro muy claro de “cómo fue que llegamos hasta aquí”. Tanto en la distribución de roles entre hombres y mujeres, como en su comprensión e inserción en los procesos socio-históricos. Desde la mirada astrológica tampoco aparecen en esta década eventos de la envergadura que se ve en otras. También es curioso que, al menos en Argentina, esta es la generación de la pérdida de identidad (hijos de desaparecidos).

Paradójicamente esta generación, que aparece expresando lugares nuevos en los roles masculinos y femeninos y en otras cuestiones, sin embargo con mucha frecuencia suele tener proyectos de vida que podríamos llamar conservadores, o al menos más parecidos a los previos a la década del 60. Vuelven a valorizar las estructuras y a sentirse cómodos en roles formales; les interesan proyectos familiares estables y satisfactorios, la prosperidad y estabilidad económica, el éxito profesional, la racionalidad. Creen en el esfuerzo y la disciplina (sobre todo las mujeres). Eso sí, siempre que todo esto sea desde formatos más modernos, relaciones más horizontales, modos y tareas más satisfactorios, y resultados más atractivos y próximos en el tiempo; y por supuesto, más allá del esquema patriarcal de roles.

Los/as nacidos en los 70s parecieran, a veces, empujados a la paradoja de “adherir a lo viejo con modos nuevos” (parafraseando la experiencia de otra generación anterior). Por momentos da la impresión de una generación que ha llegado demasiado temprano a una obra que todavía no se había desplegado. Y entonces, con un “adn” nuevo en un mundo donde todavía prevalecía fuertemente lo viejo, no encuentra otro juego para jugar que el juego antiguo.  El presente, entonces, pareciera que intenta liderar una no muy clara transacción entre el pasado y el futuro.

Esta generación está llegando a un período de la vida (los 42-44 años en adelante) que usualmente empuja a un profundo replanteo de la identidad y una reorganización del propio mundo. Interesantes descubrimientos y cambios en sus vidas pueden augurarse para los próximos años, tanto para ellos como para su aporte al proceso colectivo.


Nacidos/as en los 80s

Los nacidos en los 80s (la primera franja de los que se suele categorizar como Generación Y, o millennials) parecen recibir como parte de su “adn” generacional una inevitable percepción de que el mundo de los adultos está agotado, quebrado; y por lo tanto portan un rechazo instintivo, visceral, a lo viejo y junto a ello semillas e impulsos para la construcción de un mundo nuevo. Los escenarios, actitudes y propuestas que ven a su alrededor los empujan hacia eso, aunque más no sea por lo evidente –a sus ojos y sentires- de la decadencia y lo poco interesantes que resultan las ofertas y promesas que encierran las estructuras todavía funcionantes del mundo viejo; eso viene acompañado de poca capacidad de resistencia para adaptarse exitosamente a esos formatos y caminos establecidos y restringir su vida a ellos; intentos que realizan, por cierto, pero que les resultan profundamente antinaturales y desenergizantes.

No será tan sencilla la cuestión: semillas e impulsos no alcanzan para construir un mundo nuevo. Desarrollar la conciencia de que lo viejo ya no funciona, tampoco es suficiente por sí solo. [vi] Tal vez es por eso que tenderán a oscilar explorando diversas variantes y sus combinaciones. Una, intentar adaptarse a lo que hay, lo que les hará sentir -más temprano que tarde- el poco sentido y la desvitalización que eso les trae. Otra, volver sobre el mundo viejo en busca de sus versiones aparentemente más abiertas y flexibles, o las más críticas y contestatarias -con algún aroma a revolucionamiento del statu quo-, hasta constatar que esa herencia recibida puede aportarles algunos elementos pero está irrecuperablemente vieja. Otra, descreer de todo lo que ven e intentar refugiarse en lugares marginales de la vida; pero es probable que sus impulsos o sus semillas –o ambos- les impidan olvidarse la tarea de sembrar. Otra, lanzarse –frecuentemente con mucho coraje y sin paracaídas- a la experimentación de nuevos caminos; esto último será, inevitablemente, en condiciones de alta fragilidad (como todo lo que está naciendo), y alternará fases de entusiasmo, fuerza y creatividad con otras de crisis y profundos replanteos. Única forma, tal vez, en que las semillas de lo nuevo pueden ir abriéndose camino a través de la tierra y del tiempo. Estas vivencias parecen tener frecuentemente alta tensión en los nacidos en torno a 1982-83 (período de la conjunción entre Saturno y Plutón), y luego se van profundizando y flexibilizando a la vez; muchos de los nacidos hacia los finales de esta década, por su parte, empiezan a sintonizar también la fuerte y peculiar impronta de los 90s.

No hace falta decir que, con este “adn”, hay poco espacio para poder instalarse con éxito y por mucho tiempo en estructuras laborales o proyectos familiares que sean demasiado estables, rígidos o excluyentes, o en identidades o roles muy fijos (como expliqué más arriba, puede que haya una necesidad de probarlos, pero con pocas chances de estabilizarlos por mucho tiempo). Tampoco se pueden sostener demasiado aquellos compromisos con la realidad que no muestren un equilibrio atractivo entre lo que demandan y lo que ofrecen, que no tengan una dinámica vitalizante, que no brinden algún espacio tangible para la expresión y realización personal, o que obliguen a convivir con modos ostensibles de hipocresía social. En contrapartida, hay una gran versatilidad para el movimiento entre formas, la multiplicidad y diversidad de caminos, la experimentación de variantes. El presente, en esta generación, empieza a desprenderse del pasado y ensayar nuevos romances con el futuro.

¿Qué sucede en esta generación con la cuestión de hombres y mujeres? La lógica de la lucha entre hombres y mujeres empieza a perder sentido, y a dejar espacio a otra dinámica y otra tarea: la construcción conjunta de nuevos modos y de nuevos estilos. Eso sí, sin referencias claras todavía, sin modelos ni  estructuras demasiado útiles, y sin garantías; sólo con semillas. Se ha abierto un amplio espacio para explorar nuevas maneras y estilos de ser hombre (gradualmente más liberados del dilema excluyente entre fuerza y sensibilidad), de ser mujer (más liberadas del desafío de imponerse o ser autosuficientes para no ser dominadas), y modos y estilos de vínculos más abiertos, igualitarios y experimentales (gradualmente desentendidos de esquemas preconcebidos a seguir, y más liberados de roles fijos y excluyentes –incluso en lo sexual-), procesos en los cuales lo más común es que las mujeres tengan mayor iniciativa y protagonismo.

Todo lo dicho confiere a esta generación una extraña mezcla de fuerza y fragilidad, de lucidez y desorientación, de potentes nuevas preguntas junto a provisorias y limitadas respuestas.

Esta generación viene atravesando en los últimos años el umbral de los 29 años de edad, que en la mirada astrológica inaugura un nuevo gran ciclo de vida –no necesariamente en forma consciente, pero sí real, movido por la fuerza de los hechos cuando no alcanzan los impulsos-. Estuvieron explorando, audazmente muchas veces, el mundo y la vida, y ahora han entrado o están entrando en nuevos caminos, de impredecible desarrollo.

Es probable que esta generación tenga a su tiempo un protagonismo importante en la medida en que maduren sus semillas y encuentren un tiempo, tierras y modos propicios para dar formas creativas a su fuerte propensión a generar mundos, así como alianzas adecuadas con las generaciones siguientes.


Nacidos/as en los90s

Los nacidos en los 90s (coincidentes con la última parte de los llamados Generación Y o millennials en otras clasificaciones, y los primeros de la llamada Generación Z) parecen coincidir con el ingreso al planeta de una nueva manera de estar, percibir y vincularse de la vida, y son los primeros depositarios en forma masiva de esa nueva percepción, que constituye una parte esencial de su “adn”. Astrológicamente, se corresponde especialmente con la conjunción entre Urano y Neptuno (las dos energías zodiacales de lo altamente perceptivo e intuitivo, lo inmensamente abierto y lejano a toda referencia y estructura, tanto mental como emocionalmente), más otros movimientos planetarios que van sucediendo en los años siguientes.

Esta década (y por ende esta generación) encarnan algo así como un abismal cambio perceptivo y vincular en el funcionamiento de la vida. Formas embrionarias de esto se ven muchas veces en nacidos en los 80s; en los nacidos desde 1991, ya está generalizado. Los primeros de la década (hasta 1993) podría decirse que es como si recibieran esta nueva percepción en una versión todavía demasiado temprana y desajustada de los sistemas y estructuras en los que tiene que encarnar (el cuerpo físico, la estructura psíquica de la especie, las familias, los sistemas educativo, de salud, económico, etc.), lo cual los obliga a exigentes ensayos adaptativos, que van desde fuertes y tempranas crisis de variada índole hasta modos de autoprotección a través de formas de hiper-adaptación forzada, o desconexiones del mundo exterior.

El “adn” de esta década tiene algunas características y resonancias comunes con lo que se ha dado en llamar niños índigo, cristal, etc., aunque en la mirada de esta investigación no se los concibe como casos o seres especiales, sino como una configuración colectiva y masiva, que constituye una fase de un proceso más amplio, y que se va manifestando y desplegando -en diversos modos y momentos- en la generalidad de los nacidos en estos años. [vii]

Estamos hablando de una suerte de salto cualitativo de la sensibilidad y la percepción, que llegó para quedarse. Algo así como un nuevo “software de base” que –salteando de golpe varios niveles, tanto en los individuos como en los procesos sociales- habilita una sintonía o apertura a planos de percepción más amplios, una capacidad de procesamiento de información más veloz, multinivel (percibir varios niveles de la realidad a la vez), multitarea (hacer muchas cosas a la vez), horizontal (relaciones en paridad de intercambio, no jerárquicas) y con una natural capacidad integradora (percibir los aspectos que interconectan a las cosas y a los conocimientos más fuertemente que los detalles particulares de cada compartimiento) y de percepción de patrones. Esto desorganiza los viejos modos de conocimiento, vinculación e interacción (es decir, los modos que la sociedad instituida enseña, practica y pretende) y es el embrión de una nueva vincularidad que se abre como potencial para la especie y para la vida toda del planeta. Esta misma textura puede encontrarse en muchos e importantes acontecimientos que signan la década y desencadenan una fuerte mutación del mundo conocido (la expansión de la tecnología digital, celular, etc., la globalización económica, financiera y humana, las técnicas de exploración de planos sistémicos y de niveles más amplios y sutiles en la ciencia y la psicología, nuevos modos de las relaciones, etc.).

Para este movimiento no hay todavía formas reconocibles ni sostenibles. Se trata de pura percepción, creatividad, sensibilidad, y la consecuente inestabilidad que va de la mano. Es quizás por eso, entre otras razones, que esta generación no es confrontativa; es esencialmente pacífica, pero a la vez independiente –cuando no desentendida- de las formas (frecuentemente en proceso de decadencia, por obsolescencia o degradación) que les propone el mundo al que llegan.

El futuro se ha hecho presente. Pero ni las sociedades, ni los propios sistemas físicos y emocionales de estos humanos, han cambiado demasiado todavía. Por eso esta generación, más que otras, carga sobre sus espaldas el profundo desajuste entre el mundo que está dejando de ser (pero no termina de morir ni cede su poder) y el mundo que está naciendo a través de una vastísima diversidad de manifestaciones en ebullición y experimentación –tanto evolutivas como perversas, todas en el mismo cóctel-, y que tardará su tiempo en llegar a generar formas nuevas relativamente estables y saludables para la vida.

La cuestión de hombres y mujeres y sus vínculos, en esta generación, se abre ya sin las viejas fronteras a la experimentación de nuevos modos de identidad, encuentro e integración, traspasando los umbrales que los nacidos en los 80s confrontaron y confrontan muchas veces duramente, y asociándose con ellos en la aventura de explorar el nuevo campo de posibilidades.

Esta generación, desde la mirada astrológica de los ciclos vitales, está acercándose a los umbrales del comienzo de un nuevo gran ciclo de vida, que sucede en torno a los 29 años de edad. En los próximos años, su entrada en nuevos caminos irá revelando nuevas facetas del potencial y las necesidades de estos jóvenes.

Hay que decir que, desde la mirada de esta investigación, los años 90 se ven como un cambio de época tan o más profundo que lo que a su modo fueron los años 60. Aunque la visibilización, la percepción de este cambio y su decodificación, no sea esta vez tan nítida, clara ni comprensible como lo fueron los 60, probablemente por el mismísimo hecho de que esta vez nos sumerge en una percepción nueva y sin referencias suficientes como para ser metabolizada o al menos traducida fácilmente por nuestras estructuras de vida y pensamiento preexistentes. Ideas y concepciones como “nuevos paradigmas”,  “sociedad del conocimiento”, “redes sociales”, “niños índigo”, “realidad cuántica”, “energías”, “nueva conciencia”, “globalización”  y otras muchas, parecen ser apenas las primeras aproximaciones a tratar de sintonizar y comprender la magnitud y multidimensión del proceso que se ha abierto en la vida del planeta, y que por cierto de momento no alcanzan para conducirlo o encauzarlo consciente y coherentemente.


( II )
Los millennials a los ojos de otras generaciones

Esta segunda parte propone una conversación reflexiva sobre las relaciones entre lo que algunas clasificaciones llaman “millennials” (nacidos desde algún momento de los 80 hasta algún momento de los 90, según los autores – ver nota 3) y las generaciones precedentes. No tiene más pretensión que ser un ejercicio y una invitación a explorar aperturas de la comprensión que faciliten el encuentro y la complementariedad entre este racimo de generaciones que caminamos juntos por el planeta. Brotan de un nacido en los 50s (poco ortodoxo) con hijos nacidos en los 80s.

Los nacidos/as en los 80s y parte de los de los 90s, han sido criados y educados en la mayoría de los casos por los nacidos/as en los 50s. Y en menor proporción por los nacidos/as en los 60s. 

Es un hecho que, en las primeras décadas de la vida, el contacto de una generación con las anteriores se da principalmente a través de relaciones asimétricas y jerárquicas: padres, maestros y profesores; luego jefes, terapeutas, etc. Más adelante se tornarán más frecuentes las relaciones de paridad con otras generaciones (compañeros/as de trabajo, amistades, socios, amores y parejas, etc.).

No es un tema menor el de las relaciones jerárquicas, en este caso. Porque lo jerárquico es una pieza fundamental del “adn” de los 50s, e incluye la tradicional idea (entre otras) de que los más chicos son una versión “en construcción” aprendiendo el modo de vivir y moverse en el mundo de los más grandes, que éstos ya conocen y manejan. Y sucede que los nacidos a partir de los 80s son justamente una generación que en su “adn” energético  ya están registrando, percibiendo inevitablemente, que ese mundo que les presentan está fisurado, hace agua, no es muy creíble.

En estos términos, el desencuentro es inevitable. Era sólo cuestión de tiempo y circunstancias de vida que los nacidos en los 80s en su crecimiento lleguen a sentirse suficientemente fuertes para afirmarse más en su propia percepción de la vida que en la invitación a encajar en el mundo de los adultos, y entonces el desencuentro se manifieste con mayor nitidez. En el caso de los nacidos en los 90s (siempre hablando muy genéricamente), da la impresión que el desencuentro de sintonías fue, en forma masiva e inevitable, más temprano en edad, generando otras situaciones.

Criando y conviviendo con los nacidos en los 80s

En el mejor de los casos, para muchos padres de los 50s que habíamos aprendido actitudes educativas más abiertas (a partir de nuestra propia experiencia como hijos, más las ideas nuevas que trajeron los 60s), la vivencia con los hijos de los 80s podía describirse como algo así como estar criando “extraños seres” [viii], a los cuales, además de educar, intentar darles un lugar, dejarlos ser y si se puede tratar de entenderlos. Pero sin lograr, en esa tarea, ir mucho más allá de nuestro propio “adn”, el de las viejas estructuras (más cercano a la opción entre impongo-no impongo, que a nuevas combinaciones).

Mejor o peor tratados, los nacidos en los 80s, en la medida en que iban pudiendo, de múltiples y diferentes maneras fueron mostrando a sus padres y maestros el poco interés que tenían por una buena parte de lo que éstos les proponían, ya fuera como obligaciones o como atractivos de la vida. La televisión primero y la computadora después, funcionaron en gran medida para ellos como zonas de repliegue y refugio ante ese desagrado (refugio no siempre saludable, quizás, y bien explotado por la cada vez más sofisticada maquinaria del consumo que avanzaba; pero refugio al fin). Después, con la juventud, vinieron tanto la exploración de horizontes y caminos propios –junto con sus pares- como los intentos (en general no muy exitosos) de aceptar e integrarse al mundo recibido, sus reglas y estilos.

A esta altura de los tiempos, la mayoría de los nacidos en los 80s ya tienen bastante desplegada una vida propia. Suele lucir poco sólida a los ojos de sus mayores, y también con frecuencia a los de ellos mismos, y en muchos casos todavía mantienen dependencias económicas (de un modo u otro) de los padres.

El desencuentro continúa con demasiada frecuencia, aunque sean otros los contextos. Y se va mezclando con dosis de mutua resignación, negociación y, cuando florece, una real aceptación.

¿Cuál es la esencia de este desencuentro y por lo tanto la clave del encuentro? Desde esta mirada, el tiempo no va para atrás; en otras palabras, el proceso histórico y planetario en el que todos estamos metidos es más afín al “adn” de las nuevas generaciones que al nuestro. Y entonces, en esencia, la llave del encuentro la tenemos los “adultos” (los nacidos en los 50s en este caso), empezando por aceptar que el mundo cambió y está cambiando, y que nosotros mismos estamos en un proceso de “readaptación” en nuestras propias vidas. Los jóvenes sencillamente están tratando de construir su vida, como todos lo hicimos en nuestra hora (cada uno con su contexto y su “adn”, con sus cualidades y sus limitaciones), y en ese camino van madurando (como todos lo hicimos), en algunas cosas más rápido, en otras con mayor dificultad (como a todos nos sucedió). Y esto ocurre en un mundo que por su parte es una profunda, confusa y por momentos bastante desatinada transición evolutiva de la vida en el planeta hacia algo que no sabemos bien qué es o qué será. Y ese mundo parece ser así para todos: para los que lo perciben y para los que no, para los que sintonizan estos tiempos como una nueva aventura y un nuevo desafío, y para los creen que simplemente se han perdido los valores, falta autoridad, estamos en decadencia, y ese tipo de visiones del presente.

En este punto, nos puede ayudar preguntarnos: ¿qué nos molesta de ellos? ¿qué les reprochamos? (a veces con sospechoso enojo). Escuchemos alguna voz como ejercicio.

“ (…) no existe constancia de que ellos hayan nacido y crecido con los valores del civismo y la responsabilidad. Hasta este momento, salvo en sus preferencias tecnológicas, no se identifican con ninguna aspiración política o social. Su falta de vinculación con el pasado y su indiferencia, en cierto sentido, hacia el mundo real son los rasgos que mejor los definen.”
" (…) Al final las preguntas son muchas. ¿Vale la pena construir un discurso para aquellos que no tienen en su ADN la función de escuchar? ¿Vale la pena dar un paso más en la antropología y encontrar el eslabón perdido entre el millennial y el ser humano? ¿Vale la pena conocer la última aportación tecnológica y vivir queriendo influir con ella en un mundo que históricamente se ha regido por las ideas, la evolución y los cambios?
“Si los millennials no quieren nada y ellos son el futuro, entonces el futuro está en medio de la nada. Por eso los demás, los que no pertenecemos a esa generación, los que no estamos dispuestos a ser responsables del fracaso que representa que una parte significativa de estos jóvenes no quieran nada en el mundo real, debemos tener el valor de pedirles que, si quieren pertenecer a la condición humana, empiecen por usar sus ideas y sus herramientas tecnológicas, que aprendan a hablar de frente y cierren el circuito del autismo. Pero, además, que sepan que el resto del mundo no está obligado a mantenerlos simplemente porque vivieron y fueron parte de la transición con la que llegó este siglo del conocimiento." [ix]

El que escribe con notorio enojo ese artículo en el diario El País, es un periodista, empresario y promotor cultural español radicado en México. Nacido en 1952. Desde su perspectiva (sostenida por su fuerte creencia en el mundo al que él pertenece) estos jóvenes lucen “sin vinculación con el pasado” (es decir, desinteresados de lo que “él” tiene para ofrecerles) y con “indiferencia hacia el mundo real” (¿cuál sería para el caso el mundo “real”?: el de él, no es difícil deducirlo).

Escucharnos

Se cuestiona a estos jóvenes no querer escuchar a los mayores. Como suele suceder muchas veces, ¿no será que somos más bien nosotros los que no sabemos escuchar? Por mi parte, contrariamente a lo que perciben muchos cincuentistas, creo que los jóvenes sí quieren hablar con nosotros. Tienen mucho interés en hacerlo. Pero eso sí: en condiciones de paridad.

Es decir, para que se interesen en hablar con nosotros, en primer lugar tenemos que “bajarnos del banquito” de las relaciones jerárquicas, lo que incluye dejar de hablar desde la actitud (explícita o subyacente) de quien cree tener las verdades en su mano, la vida resuelta (posibilidad que luce en general muy frágil, cuando no simplemente falsa) y en nombre del mundo como es (a ojos vista no demasiado defendible). En segundo lugar, si nosotros tratamos de “poner la agenda” (de qué y cuándo hablar), es muy probable que no funcione; ellos están interesados en hablar –en cuanto a sus vidas- en el momento en que a ellos (no a nosotros) les interese, de lo que a ellos les importa y no de lo que nosotros creemos que debería importarles, o deberían resolver, ocuparse, etc. Por otra parte, también puede interesarles escucharnos hablar de nuestras vidas, pero si es como caminantes que comparten algo de sus andares, búsquedas, aventuras y desventuras, no como quien enseña a otro. Es decir, sólo funcionan bien las relaciones de paridad, no jerárquicas. Y la paridad nos dice, entre otras cosas, que todos nos estamos preguntando de qué se trata este tiempo, por dónde seguir, etc., que no hay maestros de un lado y aprendices del otro. “Ustedes también tienen un problema y nos necesitan”, solía decirme mi hijo ochentista.

Cuando el encuentro horizontal se produce, estos jóvenes muestran mucha inclinación a charlar con nosotros. Eso sí, lo que encuentran interesante de nuestro compartir no es necesariamente lo que nosotros creemos más valioso de nuestro decir. A veces les interesa recoger algo de nuestra cosecha de aprendizajes (lo que les parezca valioso según su mirada o su búsqueda, no necesariamente lo que nosotros creemos; son muy independientes en sus criterios en eso). Otras veces no los motiva tanto “qué puedo aprender de esto que me está diciendo o contando”, sino más bien una exploración, un tratar de percibir –en el entrelíneas de nuestro relato- “cómo fue que llegamos hasta aquí”, por qué el mundo viejo funciona como funciona, etc.

Y en mi experiencia, estos jóvenes no tienen una particular inclinación a juzgarnos, aun cuando difieran con nuestra visión de las cosas; y los nacidos en los 90s, menos aún, me parece (a diferencia de cómo era nuestra generación cincuentista, que fue frontalmente cuestionadora y juzgadora del mundo de sus padres). Ellos incluso pueden reconocer sin problemas que lo que hay de bueno en el mundo es porque las generaciones anteriores lo crearon o consiguieron y, en todo caso, es lo que pudieron hacer, y ahora ellos van por algo más, algo nuevo, intentan sembrar sobre ese terreno semillas superadoras, otros modos de vivir, que resulten más humanizados y más armónicos con la naturaleza.

Poca solidez

Si no aceptamos la profundidad de la crisis planetaria y civilizatoria, nuestro rol en ella, y si no ubicamos en su justo lugar y magnitud nuestras propias frustraciones, limitaciones, replanteos, preguntas sin respuesta (o con respuestas vencidas, o con respuestas recauchutadas para ir tirando), es difícil que podamos entender, y menos aún empatizar, con la poca solidez que suele verse, de momento, en la construcción de las vidas de la mayoría de los nacidos en los 80s, que actualmente transitan entre sus 27 y 37 años.

Difícil tarea para ellos la de construir sólidamente dentro de un mundo que parece más en proceso de demolición que de afianzamiento, y está lleno de ofertas que con toda naturalidad no son lo que dicen ser ni dan lo que prometen.

Difícil para nosotros –que nacimos y crecimos con el reflejo vital de aferrarnos a lo conocido aunque funcione mal-, comprender y valorar los incansables flujos y reflujos, las inconsistencias, los vaivenes  de una generación arrojada a la exploración inevitable de nuevos caminos, exploración que sucede sin mapas confiables, sin manuales y –habrá que aceptarlo- sin que resultemos guías o maestros que puedan avalar sus consejos con la plenitud de sus propias vidas.

Difícil para nosotros, también, porque crecimos en un mundo donde había muchas menos opciones –y pocas combinaciones posibles-, un mundo donde se trataba de “encontrar tu lugar” (de una vez y para siempre, parecía sugerir la realidad), un mundo con sus caminos diseñados para elegir “un” oficio o profesión, encontrar “un” trabajo, etc. Y ese camino único ayudaba a responder con muy pocas palabras, y de una vez para siempre, las  inquietantes preguntas: “¿qué sos?, “¿dónde trabajás?”. Para los nacidos en los 50s ese era el escenario, y así crecimos, en sintonía con el “adn” de nuestro tiempo natal; de hecho nos cuesta, todavía, terminar de descubrir que al final no funcionó así tampoco para muchísimos de nosotros, y menos aún funcionará así de aquí en más.

Lo que ellos son y no son

Podemos mencionar algunos temas para ejemplificar cómo la diferencia de perspectivas (y de experiencias) nos dificulta el camino del encuentro. Y cómo somos espejos unos de los otros.

“No tienen ideas firmes ni proyectos claros y sostenidos”. “No son determinados”. Nosotros, en cambio, sostenemos con firmeza ideas y creencias; sí, hasta el punto de negar las de los diferentes, enfrentarnos como enemigos y desplegar groseras y sutiles estrategias de dominación para imponer nuestra perspectiva; nosotros, criados para la lucha y la competencia para “sobrevivir”, para “alcanzar nuestros objetivos”, etc., avanzamos en nuestros proyectos y realizaciones sin registrar mucho si en el camino estamos contribuyendo a modos de funcionar el mundo que devoran impiadosamente la naturaleza, hacen estragos en cuerpos y campos emocionales –incluido el propio- y, en el extremo, destruyen, marginan o degradan sociedades enteras.

“No son previsores”. Nos cuesta mucho apreciar la cualidad que hay en esa perspectiva. Por una parte, nosotros creemos que la vida es previsible (contra todas las evidencias acumuladas en nuestra propia historia individual y colectiva); y por otra, aprendimos a sacrificar el presente en nombre de un futuro diseñado en nuestra mente (que frecuentemente nunca llegó). Ellos, en cambio, tienen un “adn” más rápido, abierto y flexible para responder a los cambios, por lo cual no encuentran muy valioso gastar la energía en abrir el paraguas antes de que llueva. “Lo que pasa, tía, -decía uno de estos niños a los 9 años- es que vos sos cuadrada y yo soy redondo. Por eso, mientras vos tenés que hacer todo un esfuerzo para cambiar de posición, yo …” (y hacía con las manos el ademán de una pelota que rueda).

Los nacidos en los 80s (y los millennials en general) son más pacíficos y menos confrontativos y discriminadores que nosotros. Nos cuesta descubrir y apreciar eso. En el formato del “adn” generacional de los 50s, esas cuestiones “no están”, no son naturales modos de ser y de relacionarse con la vida y los demás, sino que se adosan después a la vida como una suerte de “valores” que se pueden y deben aprender con la “educación” (no es difícil darse cuenta que en nuestra generación esto en general no ha logrado más que actitudes impostadas o forzadas sobre estos valores, que más temprano que tarde muestran su fragilidad ante impulsos profundos más agresivos y dominantes).

Los millennials tienen en su “adn” una más profunda conexión con la naturaleza y por ende una natural sensibilidad a la vida en todas sus manifestaciones. No apreciamos esto; y no nos dice demasiado a los nacidos en los 50s, para los cuales –en el mejor de los casos-, lo “ecológico” o “ambiental” es una cuestión ideológica, socio-política, tecnológica, etc. más;  y, en todo caso, es otro “valor” que se puede aprender o una “política” a desarrollar por los gobiernos.


Los millennials y los nacidos en los 60s

Muchos millennials (algunos de los 80s y gran parte de los nacidos en los 90s) han sido criados o educados por sesentistas. El panorama parece presentarse bastante más flexible, desde esta mirada, cuando son los nacidos en los 60s los que deben tratar con ellos. Agregaremos aquí algunas diferencias y matices que se ven cuando entra en escena esta generación, sin más ánimo que el de ejemplificar y estimular una exploración más amplia.

La impronta, el “adn” de los 60s (como describimos al hablar de ellos), es instintivamente cuestionadora, inquieta y exploradora, cuando no revoltosa, más bien reacia a dejarse encorsetar por  estructuras fijas y poco amiga de las relaciones jerárquicas. Es decir, con características menos contrapuestas y más empáticas hacia estos irreverentes y extraños seres nacidos en los 80s.

Es cierto que gran parte de los nacidos/as en los 60s tardaron buena parte de su vida en lograr conectar con esa impronta -postergada o reprimida por forzadas adaptaciones- y darle suficiente lugar en sus propias vidas. Pero el instinto funciona igual, y entonces algo de ellos mismos parece haberse sentido expresado o reflejado en el atrevimiento, la creatividad y la indocilidad de esos hijos o alumnos ochentistas, resonando como aire fresco para sus propias vidas. Y, en el peor de los casos, o acosados por sus dudas sobre si debían ser más rigurosos con ellos, el “adn” sesentista ha hecho que al menos su “convicción” para tratar de imponerles algún modelo a esos niños y jóvenes de los 80s flaqueara mucho más temprano que la de los nacidos en los 50s. Y la inclinación a juzgarlos también. Porque los nacidos en los 60s son de por sí menos juzgadores (en todo caso, sí, confrontadores, que no es lo mismo) y porque –al menos desde su inconsciente- algo del estilo de la generación nacida en los 80s resuena en ellos como una afinidad, un encuentro o una esperanza.

Ahora que la generación de los 60s llega a un momento de maduración vital, y los de los 80s tienen más vuelo propio, esta alianza potencial tiene más espacio para crecer. Escuchemos una voz de los 60s, comentando el enojado artículo del diario El País mencionado más arriba.

“Soy madre de "millennials" y aunque nací en los 60 me identifico con muchas de sus actitudes y muchos de sus planteos - que existen en esa generación si los sabemos encontrar- y considero que precisamente de eso se trata: de que llegó la hora en que no somos los "antecesores" quienes seremos escuchados, sino quienes escucharemos lo nuevo, lo que aún no tiene forma y no tiene por qué tenerla...Esto es lo primero que me sale sin pelos en la lengua...Yo aplaudo a los millennials intuitivamente, no porque los comprenda o porque esté en todo de acuerdo con ellos...Están creando otro mundo que no me parece sea solo para ellos, quizás muchos de sus "mayores" lleguemos a estar incluidos”. [x]

Por supuesto, no todo es fácil ni empático en la convivencia entre estas dos generaciones. Así, por ejemplo, ciertas formas de debilidad o indecisión que con frecuencia lucen los de los 80s en sus flujos y reflujos, no son atractivos para el lado determinado y combativo de los nacidos en los 60s. También es probable que les incomode la inconstancia, aparente indolencia o fácil cambio de intereses de los de los 80s, eso que para los de los 50s es visto como falta de “responsabilidad” y para los sesentistas luce como poco “compromiso”.


Los millennials y los nacidos en los 70s

A los nacidos en los 70s no les ha tocado en general criar nacidos en los 80s. Pero sí tenerlos de alumnos, de hermanos menores,  de compañeros o subordinados en ámbitos laborales, etc.

Simplificando mucho y sólo como una aproximación, podría decirse que los nacidos en los 70s tienen ya muchos rasgos en común con los millennials. Ya no dominan en el “adn” los rasgos patriarcales y jerárquicos; por otra parte, en ellos ya se ve claramente una gran capacidad de exploración, diversificación, creatividad y respuesta rápida. Estos son puentes de afinidad con los millennials. Seguramente hay otros también.

Donde son más diferentes las perspectivas entre los de los 70s y los millennials es en qué esperan del mundo y cómo tienden a vincularse con él. Hay un video actualmente muy difundido, de Simon Sinek, hablando sobre los millennials y su relación con el trabajo en las empresas [xi], que resulta muy útil como ejemplo para esta cuestión. Sinek, un escritor y motivador inglés nacido en 1973, formula sus cuestionamientos a esa generación. Lo hace desde una actitud básicamente comprensiva e incluyente, e incluso, en algunos aspectos expresa (tal vez sin proponérselo) su afinidad con ellos, al usar situaciones de su propia vida para ejemplificar actitudes de los millennials (p.ej., en cuanto a la “adicción” al celular). Ahora bien, en varios pasajes de su exposición, también Sinek luce irritado. ¿Por qué? Según proponemos más arriba en las pinceladas sobre cada década, los nacidos en los 70s son con frecuencia adherentes tardíos a los viejos modelos de socialización, trabajo, esfuerzo y éxito que propone “el mundo”. Quizás por eso Sinek se irrita cuando ve a jóvenes de los 80s y 90s pretendiendo llegar (seguramente con joven ingenuidad) a equivalentes lugares de satisfacción que los que él y algunos de su generación han logrado trabajando duro, mientras que estos jóvenes tratan de hacerlo sin pagar los precios de esfuerzo, alienación y subordinación al formato viejo de la sociedad (en el caso del video, las empresas), del cual esperan muy poco.

En todo caso, criar hijos se ha convertido definitivamente en otra cosa a partir de los padres nacidos en los 70s. Poco queda en ellos del “adn” dominador de sus propios padres. Además, les tocará criar a los nacidos en los 90s y siguientes, es decir, vérselas –ahora sí- con seres realmente “extraños”. Si bien los setentistas, por su propia adhesión al mundo como es, intentarán constituir estructuras familiares estables y brindar a sus hijos una “buena” educación, su propio “adn” no tendrá masa crítica para imponer con continuidad y convicción a esos niños demasiadas normas en el seno de ese formato.

Son los padres del “No sé qué hacer con mi hijo/a”. Lo cual en realidad es un gran avance en el camino evolutivo, desde esta mirada. La realidad de los tiempos, y los propios niños, harán el resto para sumergirse juntos, sin posibilidad de evadirlo, en una abierta experimentación de nuevos modos vinculares.


Criando y conviviendo con los nacidos en los 90s

La categoría de “millennial” suele incluir total o parcialmente a los nacidos en los 90s junto con los nacidos en los 80s, mientras que, desde la mirada de esta investigación, hay interesantes diferencias entre ambos grupos –además de muchas afinidades-, y por ende se modifica el modo en que se teje su convivencia con las generaciones anteriores.

Sin ánimo de profundizar aquí más de lo necesario, afinidades muy visibles entre los nacidos en los 80s y en los 90s son, por ejemplo, la natural inclinación a la libre experimentación más que a las estabilidades y los formatos fijos (rasgo que se viene incubando desde los 60s), la facilidad y versatilidad para moverse en entornos altamente cambiantes, y el desinterés y desentendimiento hacia lo que aquí llamamos “el mundo viejo” (rasgo emergido en los 80s).

Una primera diferencia importante, desde esta mirada, es que los nacidos en los 90s en general manifiestan  temprana e inevitablemente su impronta, sin poder evitarlo, desbordando desde el comienzo de su vida los formatos preparados para encauzarlos (proceso que, para la mayoría de los nacidos en los 80s, en cambio, sucedía como resultado de una maduración posterior a una primera adaptación más dócil). En todo caso, algunos (o muchos quizás) de estos niños noventistas, en un segundo momento adaptativo en la infancia (muy doloroso para ellos) optaron por replegar velas, apagar sus luces y ensayar una muy forzada adaptación.

Otra diferencia frecuente es que, mientras que los de los 80s se sienten empujados a construir (nuevos mundos), los de los 90s no parecen motivados por esta tarea sino más bien inclinados a transitar muy sueltos la amplitud y diversidad de mundos.

Asociado a lo anterior, se manifiesta en ellos algo que a los ojos de otras generaciones luce como una gran dispersión de intereses (y por ende de la atención), resultado natural de que su tipo de procesamiento de la realidad los inclina fuertemente a la diversidad, combinación e integración de actividades, experiencias, saberes, técnicas, etc., resultándoles muy antinatural permanecer demasiado tiempo en una sola actividad, un solo proyecto, una sola carrera, etc.

Es que, si hay una gran impronta que entra en los 90s (es decir, que se incorpora masivamente con esta generación, aunque la anterior ya tuviera algunas trazas de esto), es la ampliación de la percepción, y esto conlleva inevitables cambios en todos los funcionamientos vinculares, es decir, en la su vida misma en la sociedad.

¿Cómo es entonces criar a los nacidos en los 90s? Perceptivos, muy conectados con la vida, despiertos y sin filtro, emergen sin pedir permiso a interactuar tempranamente con el medio desde su propio impulso y su propio percibir-sentir. Poco dóciles, poco atentos a las indicaciones de esos seres que parecen estar tratando de demarcarles una cancha que a sus ojos es mucho más amplia.

Se podrá decir que son rebeldes, desobedientes, hiperactivos y vagos a la vez. En realidad, lo primero que sucede es que están viendo mucho más de lo que sus mayores ven; eso es el salto perceptivo. Por eso no necesitan (ni pueden) esperar a crecer (como le sucedió a los de los 80s) para adoptar su propia postura frente a los adultos. Por eso se dirigen sin muchas dubitaciones hacia lo que les atrae, y se desinteresan sin complejos de lo que no. Ven en varios niveles, leen transparentemente la verdad escondida detrás de nuestros disfraces, se sienten atraídos por la inmensidad. 

Desplegar este potencial desde un cuerpo de niño/a programado para las mismas necesidades físicas y emocionales milenariamente vigentes en la especie, y además encajar en la realidad de los sistemas familiares, educativos, sociales, económicos, culturales, etc. es un desafío desmesurado, sobre todo para las primeras camadas de estos nuevos niños. Cuando el ambiente exterior les ha resultado demasiado incompatible han desarrollado muchas veces adaptaciones muy forzadas, respuestas autistas, auto-reclusiones en el desinterés, la computadora o su cuarto. Cuando sus sistemas de auto-regulación y cuidado han sido insuficientes para contener la fuerza de sus impulsos expresivos, han experimentado tempranas y profundas crisis de todo tipo, incluyendo el abuso de drogas y la exposición a altos riesgos de su vida. En la minoría de los casos, se han dado condiciones y circunstancias propicias de crianza y de vida que les han posibilitado el florecimiento y expresión de algunas de sus cualidades a edades muy tempranas, emprendiendo caminos y viajes, generando proyectos, expresando sabidurías, y también actuando talentos o logrando multitudinarias movidas en las redes sociales,  de modos inusuales a su edad (según la mirada y referencias de las generaciones anteriores). Estas manifestaciones con facilidad deslumbran a los adultos, y a ellos los empujan a la tentación de aceptar el lugar de seres especiales, sabios, superdotados, etc., con que el mundo busca ubicarlos en algún lugar que evite cuestionar(se) la profundidad del cambio colectivo en desarrollo, cuyas manifestaciones no tan excepcionales sino masivas están siendo otras: la crisis del mundo de los adultos, y esa otra mayoría de niños y jóvenes que no encuentran condiciones tempranas propicias y engrosan en cambio las categorías de intratables o enfermos.

Estas mayorías de niños y luego jóvenes, con sus desconcertantes conductas y su poca docilidad, han sido campo fértil para las etiquetas y los tratamientos de una psiquiatría más interesada en facturar que en comprender, acompañar y sanar, recibida con gusto como aliada y auxilio anestesiador por sistemas educativos y sociales básicamente represivos. En otros casos, la riqueza y complejidad de estos niños y jóvenes -devenidos pacientes- ha desbordado con facilidad los encuadres ortodoxos de psicólogos bienintencionados. Sólo abordajes muy lúcidos y actualizados, abiertos y profundos (en su mayoría surgidos de avances de la psicología en los 60s y los 90s), y a través de vínculos con terapeutas (en el sentido amplio de la palabra) corporal y emocionalmente comprometidos con el mundo en cambio, suelen ofrecen resultados liberadores y sanadores para ellos.

También son presa fácil para una sofisticada maquinaria consumista, cuyas propuestas alienantes (acompañadas de un tremendo bombardeo mediático-publicitario, con su desvergonzada manipulación de imágenes, íconos, arquetipos y emociones –a la que ningún poder social ensaya siquiera poner freno-), les ofrecen a precios muy módicos formas todavía muy primitivas –cuando no bastardas- de adhesión y uso tecnológico de ese nuevo potencial perceptivo-vincular que avanza en el planeta.

La realidad es que la gran mayoría estos nuevos niños y jóvenes no saben bien qué hacer con ese tremendo potencial recibido, incluso con frecuencia ni siquiera lo registran como tal, y el medio que los rodea tampoco.

Ha sido y sigue siendo muy difícil para los nacidos en los 90s y para sus padres. Y para la sociedad, poco propensa ni preparada para incluir lo diferente. La distancia entre percepciones generacionales parece haber alcanzado aquí algo así como un punto máximo. Los nacidos en los 90s son los primeros de algo. La tensión se extiende a los nacidos posteriormente, sin dudas, si bien se va produciendo algún relativo acomodamiento mutuo, y una sutil aunque incompleta negociación. Lo demás lo hace el tiempo, porque con los años empiezan a ser también nuevas generaciones (incluidos millennials) los encargados de recibir, criar, educar a los nuevos niños. Por eso no es pura ilusión augurar un creciente encuentro. Y un mundo gradualmente diferente. En realidad, es una historia que recién está comenzando.


¿“Los millennials van a cambiar el mundo”?

A veces se escuchan preguntas con ese aroma. Desde la mirada astrológica parece más apropiado decir que el mundo ya está cambiando; fogoneado por las revoluciones de principios del siglo XX, de los años 60 y de los años 90 (cada una de distinta naturaleza), avanza un proceso irreversible de profunda mutación, cuyo contenido más esencial sigue siendo todavía inaccesible a nuestra comprensión y cuyo destino final, seguramente, no está escrito.

En ese marco es que las nuevas generaciones de humanos (desde los nacidos en los 80s al menos, y todos los siguientes) están mejor “diseñados” que los anteriores para jugar el juego de este camino hacia un nuevo estadío del planeta. Y por ende probablemente cumplirán roles significativos, colectivamente y a través de muchos emergentes.

Pero no creo que sean sólo los “millennials” quienes vayan a hacerlo. El impulso creador de mundos de los 80 y, mucho más aún, el nuevo potencial perceptivo y vincular masivamente ingresado en los 90, son sin duda dos ingredientes importantes del movimiento humano en este proceso planetario. Habrá que ir descubriendo qué otras improntas y potenciales están agregando los que nacen desde comienzos del siglo XXI, y cómo se tejerán los encuentros y complementariedades de las nuevas generaciones entre sí. Habrá que ver también en qué estado irá quedando la Tierra y sus pobladores a medida que las generaciones anteriores vayan cediendo poder y protagonismo después de haber hecho desde el siglo XX los primeros intentos de manifestar y usar a su modo y desde su perspectiva las nuevas posibilidades. Y habrá que ver cuánto y cómo madurará el potencial de estas nuevas generaciones, incluido como procesarán, metabolizarán, integrarán y superarán taras o deformaciones resultantes de cómo han sido envueltos por el mundo que los ha criado y sus ofertas –mezcla inevitable de posibilidades nuevas, usadas por visiones viejas-.


A modo de conclusión

La astrología tiene la capacidad de ofrecer una mirada del tiempo superadora de la pura linealidad cronológica. Revela texturas y ritmos del tiempo; muestra su contenido, cualidades, improntas. Y las “generaciones” son una de las manifestaciones de esas texturas, ritmos y cualidades encarnadas en el tiempo.

Con ese enfoque, hemos ensayado entender a cada generación desde su propia impronta, y a partir de allí las historias que se tejen entre ellas, bajo el marco de los tiempos que corren. Si fuera por cuestionar no más, la lista de defectos y limitaciones de los nacidos en los 80s y en los 90s puede ser frondosa, como la de cualquier otra generación. Diferente en cada caso, pero igualmente frondosas todas.

La mirada astrológica invita también a interesarse en primer lugar en el potencial que pugna por florecer, antes que en la crítica de lo que se ha podido hacer con él hasta ahora. Y ayuda a revelarlo. Es sobre ese potencial que las generaciones, en la aventura de su manifestación, desarrollan una dinámica de polaridades y el juego de luces y sombras, que también merece ser explorado (lo cual excede esta presentación, que puede no obstante servir como un punto de partida inspirador).

El picante Michael Moore, nacido en los 50s pero que no está encerrado en el viejo mundo, puede decir con humor y sin enojo sobre los millennials:

 “(…) No creo que nosotros tengamos que hacer algo en relación a ellos. Porque no fueron ellos los que crearon el cambio climático, ni los que enviaron tropas a Irak; los millennials no causaron el colapso de Wall Street. ¿Por qué tendrían que ser ellos los que arreglen esta situación de mierda que les dejamos?”

“(…) Ustedes no odian, son una generación de personas que no odian. ¿Han notado eso? La mayoría de los que tienen entre 18 y 35 años son personas que no odian a la gente por el color de su piel, o porque estén enamorados de alguien de su mismo género.“  [xii]

También Simon Sinek, aquel nacido en los 70s, más allá de su irritación puede decir comprensiva y paternalmente hacia el final de su video:

“Ahora tenemos la responsabilidad de compensar el déficit y de ayudar a esta generación asombrosa, idealista y fantástica a construir su confianza, a aprender a ser pacientes, a aprender las habilidades sociales para encontrar un equilibrio entre la vida y la tecnología.” [xiii]

Creo que en la medida que seamos capaces de quedarnos con un “No los entiendo” o con un “Son diferentes a mí (y a mi generación)”, sin juzgarlos ni pretender que sean como nosotros (o como nosotros podamos entender), todo será más fácil y más fructífero.

Y con esto llegamos de regreso al principio de estas reflexiones: estamos todos metidos en el baile de aprender a vivir en la diversidad. También en la diversidad generacional. Y si es cierto que la diversidad enriquece la vida, porque nos permite sumar cualidades y compartir capacidades, si cada generación nos muestra con mayor inspiración un lado de las cosas, entonces, si aprendemos a convivir en paridad, habremos ganado todos.


Autoretrato: los nuevos viajeros

Comparto como cierre este texto escrito por un nacido en los 90s, que describe a los viajeros de su generación. [xiv] Podemos leerlo literalmente, pero también metafóricamente.

“Durante los últimos años ha brotado una nueva generación de jóvenes que, motivados por la aventura y el conocimiento (y ayudados por las nuevas tecnologías), han levantado las anclas de sus tierras y se han lanzado a recorrer el mundo. Generalmente, son personas educadas, críticas, que han pasado por el muelle del sistema y no han quedado satisfechos de los principales pilares que lo sustentan. Son inteligentes, respetuosos, han perdido el miedo a los cambios y han desvalorizado las posesiones materiales. Se trata de gente libre, independiente, que aprecia la compañía y también la soledad. Jóvenes que priorizan el tiempo frente al dinero, y que invierten todos sus recursos en busca de nuevas experiencias. Son amables, predispuestos a compartir momentos con desconocidos y aprender cualquier actividad, sin restricciones de género ni prejuicios de clases.
Estos revolucionarios, porque lo son, admiran la naturaleza y saben que el bienestar siempre se halla cercano a ella. Flexibles con los horarios y con los demás, defienden que nada ni nadie debe alterar su equilibrio emocional. Personajes estables, que no necesitan constantes halagos para motivarse, e inventan su propio destino en base a sus gustos y aspiraciones. Sin apegos, acostumbrados a las despedidas, y saben que los héroes fenomenalmente trascendentes existen sólo en las películas. No idolatran, pero sí admiran. Conciben la temporalidad como un hilo que enlaza esfuerzos, descansos y pequeñas recompensas. No compiten con nadie, se alegran de los méritos ajenos, y tratan de mejorar sus aptitudes. Aprecian la pureza de los espacios naturales y se sienten atormentados cuando alguien quiere pasarles por encima sin que medie el respeto. Aman la justicia y la autonomía, y aborrecen la arbitrariedad. Son guerreros que luchan contra la desigualdad y, aunque no presumen de sus cualidades, el carisma que les regala la experiencia, hace resonar sus contundentes mensajes.
Esta generación nómada es una pequeña porción humana que rompe los esquemas. Constituyen una masa en auge, que no está dispuesta a vivir las vidas que otros escogieron para ellos. La revolución está proclamada, y ellos son parte de los luchadores que cambiarán el rumbo de las futuras generaciones. Son el preludio, el prólogo del libro que aún está por escribirse.”
Adrià Homs (nacido en 1991 o 1992)





( ANEXO )

Eventos astrológicos significativos  del siglo XX-XXI

Para esta exploración de las generaciones, utilizamos como base inspiradora los movimientos astrológicos de largo plazo, es decir, aquellos tránsitos que duran muchos años, así como eventos astrológicos que suceden cada varias décadas o siglos. Es importante tener en cuenta que en astrología consideramos que estos eventos tienen un período de resonancia de varios años (orbe), antes y después del suceso astronómico.

En particular, para esta investigación, me han parecido muy relevantes los encuentros entre los llamados planetas transpersonales, sus tránsitos por los diferentes signos, y los movimientos principales del ciclo entre Saturno y Plutón, de todo lo cual hacemos seguidamente una sintética enumeración, sin perjuicio de que existen otros factores astrológicos que también reflejan movimientos de época.


Encuentros entre los planetas transpersonales

Llamamos transpersonales a los tres planetas del sistema solar más alejados del Sol: no son visibles a simple vista y recién fueron descubiertos modernamente (Urano en 1781, Neptuno en 1846 y Plutón en 1930). Tienen órbitas de larga duración (entre 84 y 246 años), por lo cual permanecen muchos años en cada signo. También los encuentros entre sí en el cielo (conjunciones, oposiciones y otros) suceden cada mucho tiempo. El período de alta resonancia de sus conjunciones y oposiciones es de hasta 10-15 años.

Los principales encuentros entre estos planetas, en el período vinculado a las generaciones actuales, han sido:

-          1891-92: conjunción entre Neptuno y Plutón (la anterior había sucedido en 1398-99; ambas ocurrieron en Geminis);
-          1965-66: conjunción entre Urano y Plutón, en Virgo (la anterior sucedió en  1850-51, y la oposición en 1901-02);
-          1993: conjunción entre Urano y Neptuno, en Capricornio (la anterior sucedió en  1821, y la oposición en 1906-1910);
-          2012-15: cuadratura creciente entre Urano y Plutón, en Aries y Capricornio (que completa una primera fase del ciclo entre ambos planetas iniciado en 1965-66).


Tránsitos de los planetas transpersonales por los signos

Estos planetas permanecen muchos años en cada signo (Urano, 7 años en promedio; Neptuno, 12-13 años en promedio; Plutón, entre 10 y más de 20 años según los signos). Desde mediados del siglo XX, los recorridos de estos tres planetas han sido los siguientes:

-          Urano: en Cancer desde 1949; en Leo desde 1955-56; en Virgo desde 1961-62; en Libra desde 1968-69; en Escorpio desde 1974-75; en Sagitario desde 1981; en Capricornio desde 1988; en Acuario desde 1995-96; en Piscis desde 2003; en Aries desde 2010-11; en 2018-19 entrará en Tauro.
-          Neptuno: en Libra desde 1943; en Escorpio desde 1955-57; en Sagitario desde 1970; en Capricornio desde 1984; en Acuario desde 1998; en Piscis desde 2011-12; en 2025-26 entrará en Aries.
-          Plutón: en Leo desde 1939; en Virgo desde 1958-59; en Libra desde 1971-72; en Escorpio desde1984; en  Sagitario desde 1995; Capricornio desde 2008; en 2023-24 entrará en Acuario.

Aunque todos estos movimientos son profundos y significativos, a los fines de esta mirada podemos resaltar los siguientes:

-          la salida de Plutón de Leo (después de casi 20 años) para entrar en Virgo, en 1958-59;
-          la entrada de Urano (1968-69) y Plutón (1971-72) en Libra;
-          el paso de Plutón por Escorpio (su signo natural), de 1984 a 1995;
-          el paso de Urano (de 1988 a 1995) y Neptuno (de 1984 a 1998) por Capricornio;
-          el paso de Urano por Acuario (su signo natural), de 1995-96 a 2003;
-          la entrada de Plutón en Capricornio (en 2008) y su recorrido por este signo hasta 2023-24;
-          el paso de Neptuno por Piscis (su signo natural), desde 2011-12 hasta 2025-26.


El ciclo entre Saturno y Plutón

También parece importante destacar un ciclo que se manifiesta fuertemente en los procesos sociales: el de Saturno (las estructuras, lo establecido) con Plutón (la destrucción de lo viejo, el poder). Es un ciclo que dura unas cuatro décadas. Los años 1947, 1982 y el próximo 2020 marcan inicios de este ciclo. Los poderosos años 1966 y 2001 marcan la mitad (la “oposición”, el reflujo) de los respectivos ciclos. El período de mayor resonancia de estos eventos es de 2 a 4 años, según los casos. El detalle es el siguiente:

-          1947: conjunción (inicio de ciclo) entre Saturno y Plutón, en Leo;
-          1965-66: oposición (mitad del ciclo) en Piscis-Virgo;
-          1982: nueva conjunción (inicio de nuevo ciclo) en Libra;
-          2001: oposición (mitad del ciclo) en Geminis-Sagitario;
-          2020: nueva conjunción (inicio de nuevo ciclo) en Capricornio.


El ciclo entre Júpiter y Urano

Puede agregarse a la enumeración también este ciclo. Aunque sus conjunciones suceden con más frecuencia (cada 14 años) y tienen un período de resonancia más breve (1 ó 2 años en general), signan momentos y oportunidades (y también algo así como “minigeneraciones”) de gran apertura y encuentros creativos con nuevas visiones de la realidad.

Para el período que analizamos, podemos mencionar las siguientes conjunciones entre Júpiter y Urano: 1941 (en Tauro), 1954-55 (en Cancer), 1968-69 (en Libra), 1983 (en Sagitario), 1997 (en Acuario), y 2010-11 (en Piscis y Aries); el próximo será en 2024 (nuevamente en Tauro).


Tres grandes momentos

Focalizando el interés en las generaciones que actualmente transitan el planeta, parece haber tres momentos del siglo XX, que por sus entrelazamientos de movimientos y configuraciones del cielo, se destacan sobremanera: el inicio del siglo XX, mediados de los 60 y la primera mitad de los 90.

El ingreso al siglo XX

¿Por qué incluimos este momento, que es anterior a las generaciones que estamos mirando? Más arriba hemos señalado la conjunción entre Neptuno y Plutón ocurrida en 1891-92, después de 500 años (la anterior marcó el ingreso al siglo XV). Junto con otros eventos que también se entrelazaron entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX (entre los que se destacan la oposición entre Urano y Plutón en 1901-02, y la larga oposición entre Urano y Neptuno, en 1906-1910, ambas en Capricornio-Cancer), configuran un período de alta resonancia, que puede correlacionarse–entre una diversidad de contenidos- con la revolucionaria ampliación de horizontes del conocimiento y nuevos paradigmas en casi todos los campos (desde la física hasta la psicología) y de nuevas formas sociales (la sociedad de consumo, la revolución rusa, etc.) cuyo desencadenamiento funcionó como una suerte de basamento temprano de procesos de gran profundidad que se desplegarían desde entonces y generarían a su vez nuevos desarrollos y aperturas, todo lo cual continúa hasta el presente, y cuyos alcances son han sido todavía hoy totalmente asimilados por la conciencia colectiva de los humanos.

El siguiente texto escrito en 2006 por Richard Tarnas (nacido en 1950), ayuda a intuir la importancia de ese período y la profundidad de los impactos del proceso allí desencadenado:

“En el transcurso del siglo pasado [s.XX], la visión moderna del mundo ha conocido su máximo prestigio y su inesperado fracaso. Todos los campos y todas las disciplinas –de la filosofía, la antropología y la lingüística a la física, la ecología y la medicina- han ofrecido nuevos datos y nuevas perspectivas que han desafiado supuestos y estrategias bien establecidas de la mente moderna. Este desafío se ha visto magnificado y se ha hecho más imperioso debido a la multitud de consecuencias concretas, en gran parte problemáticas, de esos supuestos y estrategias. En la primera década del nuevo milenio, casi todas las actitudes clave de la cosmovisión moderna han sido ya críticamente reconsideradas y deconstruidas, pero a menudo no se las ha abandonado, a pesar del elevado coste que esa actitud puede entrañar. El resultado en nuestra propia época posmoderna ha sido un estado de extraordinaria agitación y fragmentación intelectual, fluidez e incertidumbre. El nuestro es un tiempo entre distintas visiones del mundo, creativo aunque desorientado, una era de transición en que la antigua visión del mundo ya no se sostiene, pero la nueva todavía no ha madurado.” [xv]

Desarrollar el contenido e implicancias de ese momento excede este anexo, pero es importante incluirlo como referencia para abrir la percepción de que todo el siglo XX ha sido el escenario para ir constatando (a través de sucesivas fases … y generaciones)  que el mundo ya “no es lo que parecía ser”, e ir descubriendo, explorando y tratando de asumir sus consecuencias, nada menos que los nuevos alcances, dimensiones y fronteras de lo real para la experiencia y la conciencia humanas y la vida toda del planeta.


Los años 60

A mediados de los 60, la conjunción de Urano (el cambio, lo nuevo) y Plutón (la destrucción de lo viejo) parece simbolizar el parto de una nueva época, máxime si se considera que incluye una oposición conjunta de ambos planetas a Saturno (las estructuras, lo establecido).

En una mirada rápida, podemos relacionar esta configuración con la explosión de movimientos de transformación social (sólo como un botón de muestra: el hipismo, el pacifismo, la libertad sexual, la igualdad de género, los movimientos de liberación en el tercer mundo, el Mayo Francés, la Primavera de Praga y otros muchos eventos de alto valor simbólico, la guerra de los Seis Días en Medio Oriente, el Concilio Vaticano en la Iglesia Católica, etc.), el nacimiento, renacimiento o expansión de recursos revolucionarios para la vida a través de muchísimos descubrimientos y avances en la ciencia y el conocimiento en general, así como una verdadera expansión de fronteras para los humanos (internet, la llegada del hombre a la Luna, la ampliación y difusión de las experiencias con estados no ordinarios de conciencia, etc.), que llegaban para quedarse y desplegarse en diversas formas y ritmos en las décadas siguientes (más allá de retrocesos temporarios y mutaciones evolutivas).

Cabe agregar que en los años 2012 a 2015, se produce la cuadratura creciente entre los mismos planetas: Urano (ahora en Aries) y Plutón (ahora en Capricornio), que parece representar un momento de alta tensión y plasmación de ese movimiento energético generado en aquellos años 60.


Los años 90

En la primera mitad de los 90, una conjunción entre Urano (el cambio, lo nuevo, lo abierto y experimental) y Neptuno (lo perceptivo, la sensibilidad, la totalidad, lo cósmico), parece reflejar la impregnación del planeta y los humanos de una suerte de nuevo horizonte de sensibilidad y percepción, un nuevo “software de base”, que se traduce en la apertura y difusión de mayores planos de percepción, vinculación e interacción más amplia en todos los niveles y se refleja en transformaciones de la época (desde la expansión de la tecnología digital, celular, etc., la globalización económica y financiera, las técnicas de exploración de planos sistémicos y niveles sutiles en la ciencia, la psicología, nuevos modos de las relaciones, etc.). El hecho astronómico se produce en 1993, pero desde los inicios de la década ya se pueden observar las versiones tempranas de este movimiento, tanto en los acontecimientos sociales como en la energía (las cartas natales) de los que nacen desde entonces.

Mientras que los 60 se visualizan más fácilmente como un proceso “social”, los 90 parecen mostrarse más  ostensiblemente en sus aspectos tecnológicos, económicos y sólo en una mirada más profunda se advierte su importancia como un cambio en la percepción y los vínculos. Pero se trata en ambos casos de  movimientos muy globales de la vida del planeta y las sociedades.

Desde ya, cada una de las épocas y momentos mencionados, y los procesos que desencadenan, van tomando diversas y variadas formas de manifestación –más o menos evolutivas, más o menos pobres, o incluso degradadas- según los diversos estados de disponibilidad y fecundidad de las realidades donde va cayendo la semilla de lo nuevo.







[i] Briggs, John y Peat, F.David, “Las siete leyes del caos”, Ed. Grijalbo, 1999, p. 180.
[ii] Como parte de lo suele denominarse “astrología mundana”.
[iii] Las clasificaciones más conocidas o difundidas por estos horizontes respecto de las generaciones de la segunda mitad del siglo XX, hablan de “Baby-boomers”, Generación X, Generación Y, “Millennials”, Generación Z. Estas categorías surgen desde miradas de los países desarrollados del hemisferio norte; abarcan períodos variables según autores y enfoques. Como generalización, puede decirse que se denomina “Baby-boomers” (término que hace referencia al boom de nacimientos en EEUU y Europa al término de la Segunda Guerra Mundial) a los nacidos desde 1945-46 hasta algún momento de los años 60, dependiendo de los autores; la Generación X se ubica desde ese momento hasta fines de los 70 o incluso algún momento de los 80; la Generación Y (concordante usualmente con la categoría de “Millennials”, en referencia al nuevo milenio que estaba cercano) suele definirse entre algún momento más bien temprano de los 80 y mediados o fines de los 90, o incluso más del 2000, en algunos casos; la Generación Z serían los posteriores a éstos. Un factor común a estas miradas es que en general buscan caracterizar a cada generación principalmente en función de acontecimientos colectivos vividos por ellos (en la niñez y juventud, en particular). La mirada astrológica, en cambio, por su propia naturaleza, pone el ojo en el momento de nacimiento. En cuanto al período de las generaciones, hace ya algunas décadas se ha dado una tendencia a reducirlo, abandonándose el criterio de 25 años hacia lapsos más breves (entre 15 y 20 años, lo más común) y por períodos no necesariamente regulares, lo cual queda reflejado en las distintas versiones existentes de las clasificaciones mencionadas más arriba, e implica también un mayor desentendimiento del ritmo padres-hijos. Desde nuestra mirada, esta reducción de tiempos es concordante con la aceleración de los procesos (“la aceleración del tiempo”) durante el siglo XX.
[iv] Momento de la década en que, además, la conjunción de Urano y Plutón se contrapone frontalmente a Saturno (las estructuras, lo establecido, Capricornio).
[v] Mujeres “todo terreno”, como se autodefinen muchas veces. Con frecuencia han experimentado gran desconcierto cuando la vida las introdujo con fuerza en experiencias de clara impronta femenina (el enamoramiento, la maternidad u otras).
[vi] Mi hijo nacido en 1983 (y criado por padres de los 50s que estimularon sesentistamente su libertad) solía decir en momentos de esta tensión entre mundos en su vida: "Ustedes nos dieron el paquetito con la bomba, y nosotros no sabemos qué hacer con él".
[vii] Es cierto que, en generaciones anteriores (y en cierto modo desde siempre) han nacido seres “especiales”, es decir, con características similares a esta nueva configuración que –según la percepción de esta investigación - ahora se presenta colectivamente en la vida del planeta.
[viii] Uno de esos padres cincuentistas se preguntaba: ¿nosotros también habremos sido “extraños seres” para nuestros padres? Creo que los que nacimos en los 50s éramos dignos herederos del “adn” de nuestros padres, hasta que en la adolescencia (durante los 60s y 70s) llegaron el rock and roll, la revolución, etc. y fue allí que nos convertimos en extraños para ellos. Y hasta enemigos a veces; los años 70, al menos en Sudamérica, muestran el dramático escenario de padres matándose con sus hijos, generacionalmente hablando.
[ix] Navalón, Antonio: “Millennials: dueños de la nada ¿Vale la pena construir un discurso para aquellos que no tienen la función de escuchar?”, Diario El País (España), 11 de junio de 2017. En: http://elpais.com/elpais/2017/06/11/opinion/1497192510_685284.html
[x] Uno de los comentarios posteados en Facebook al enojado artículo de Navalón que citamos más arriba.
[xi] Sinek, Simon, “Los millennials en el trabajo”, 2016. En: https://www.youtube.com/watch?v=5-TimrsCrHc
[xii] Michael Moore (n.1954), “La extinción del varón blanco heterosexual”, fragmento del unipersonal "Michael Moore in Trumpland”, 2016. En: https://www.youtube.com/watch?v=eRXJRx7ZxWY
[xiii] Sinek, Simon, en el video citado más arriba.
[xiv] No tengo más datos de esta cita; llegó a mis manos a través del Facebook de otro millennial (gracias, Nico Anún).
[xv] Richard Tarnas, “Cosmos y Psique – Indicios para una nueva visión del mundo”, 2006. Traducido al castellano en Ed. Atalanta, 2008. Es quizás el más importante de los trabajos contemporáneos de exploración astrológica de los procesos colectivos de Occidente en los últimos siglos, desde la revolución copernicana hasta nuestros días.

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