GENERACIONES
Una
mirada de las generaciones
inspirada
en la astrología
Goio
Monterroso
“Cada sistema contiene su propia medida del tiempo
y, en cuanto sistema conectado
con su entorno,
el tiempo se enriquece y se
llena de dimensiones.
“Cada elemento de un sistema posee su propio reloj,
su medida singular de la
magnitud del proceso interior
que se está desarrollando con
respecto al entorno exterior.
“Cada uno de nosotros somos una multiplicidad de relojes internos.”
San Salvador de Jujuy, Julio 2017
Permitida su reproducción total o parcial con mención de la
fuente.
ÍNDICE
Una mirada
que nace en la astrología pero va más allá
Alcances de esta investigación
“Diversidad
generacional”
( I )
Entonces
.. una diversidad de generaciones conviviendo
Nacidos/as en los 50s
Nacidos/as en los 60s
Nacidos/as en los 70s
Nacidos/as en los 80s
Nacidos/as en los 90s
( II )
Los
millennials a los ojos de otras generaciones
Criando y conviviendo con los nacidos en los 80s
Escucharnos
Poca solidez
Lo que ellos son y no son
Los millennials y los nacidos en los 60s
Los millennials y los nacidos en los 70s
Criando y conviviendo con los nacidos en los 90s
¿“Los millennials van a cambiar el mundo”?
A modo de conclusión
Autoretrato: los nuevos viajeros
( ANEXO )
Eventos
astrológicos significativos del siglo XX-XXI
Encuentros entre los planetas transpersonales
Tránsitos de los planetas transpersonales por los
signos
El ciclo entre Saturno y Plutón
El ciclo entre Júpiter y Urano
Tres
grandes momentos
El ingreso al siglo XX
Los años 60
Los años 90
|
El trabajo con la forma
en que aquí se presenta
nació como un aporte
para un libro
sobre los millennials.
Por eso tiene dos partes:
la primera, una mirada
de las generaciones nacidas en la segunda
mitad del siglo XX (necesariamente simplificada para esa ocasión);
la segunda, algunas reflexiones sobre
las relaciones
entre los llamados “millennials”
(los nacidos en los 80s y los 90s, en esta
investigación)
y las generaciones anteriores.
Se agrega al final
un anexo que resume
la información astrológica
que sirvió de inspiración inicial
a esta investigación.
|
Goio Monterroso
Nació en
Buenos Aires en 1951. Vive en Jujuy
desde 1987.
Vivió también en Salta y en Madrid.
Es astrólogo
desde 1991, integrando la astrología a sus trabajos y reflexiones
para la comprensión de procesos personales, grupales,
sociales y planetarios
y el desarrollo de la conciencia.
Estudió
ciencias económicas y trabajó en grandes y medianas empresas hasta 1986.
Desde fines
de los 80, ha participado en la creación, desarrollo, gestión
y procesos de facilitación en pymes, ongs,
proyectos y organizaciones sociales,
socio-productivas, culturales y de
biodiversidad.
Actualmente
se orienta a apoyar iniciativas y proyectos
con nuevas generaciones y miradas, y a la
investigación y la comunicación.
*
Una mirada que nace en la astrología pero
va más allá
La mirada de las generaciones que aquí se presenta es una
investigación en curso, abierta. No tiene la pretensión de contener
afirmaciones definitivas; al contrario, es una invitación a compartir
percepciones, abriendo una conversación que nos enriquezca a todos. Por la
misma razón no debe ser vista como una tipología que clasifique o encasille a
las personas o a los grupos sociales. Porque se trata de una historia en pleno
desarrollo, de vidas y procesos colectivos desplegándose. Es sólo una mirada
más desde el camino; una mirada entre muchas posibles, que busca y espera
aportar su matiz a la comprensión del presente.
Nace inspirada en la astrología, pero va más allá de ella.
De hecho, la intención es que pueda compartirse y conversarse sin necesidad de
saber ni de “creer” en la astrología, para poder enriquecerse y mezclarse más
fácilmente con otras miradas y puntos de vista.
La astrología desde antiguo dirige su atención a los
movimientos del cielo buscando echar luz sobre los sucesos de la tierra. En
nuestra época su uso más difundido (dentro de los enfoques fundamentados de
este saber) es para tratar de comprender vidas individuales, tanto en cuanto a
su potencial como a sus ritmos, ciclos y la textura energética y significación
de momentos y procesos de vida, e incluso de hechos específicos. Pero la mirada
astrológica del cielo se utiliza también –desde su origen- para comprender procesos
colectivos del planeta, momentos históricos y su manifestación en los
acontecimientos de las sociedades humanas.[ii]
Ahora bien, sucede que las configuraciones del cielo que acompañan
los momentos del tiempo histórico, se encuentran también reflejadas
(masivamente) en las cartas de los humanos que nacen en ese tiempo (ya que la
carta natal es la “foto” del cielo del momento y lugar en que nacemos). Por lo
tanto, esas configuraciones de cada momento histórico, pueden ser usadas para intentar
comprender los sucesos de ese momento pero también pueden ser vistas como una
impronta peculiar, una suerte de “adn” astrológico que cada generación porta,
en sintonía con la textura energética de la época en que nace.
En otras palabras, las generaciones pueden verse como
encarnaciones de diferentes momentos históricos y planetarios a través de “camadas de humanos” que nacen con
esas configuraciones en común. Lo que esta mirada intenta sintonizar es algo
así como ese “trasfondo energético” que las impregna. Los hechos no siempre van
a ese mismo ritmo, ni responden linealmente a él; por eso, no siempre vemos que
“suceda” lo que se supone que ese movimiento o impronta energética marca, sobre
todo en las vidas individuales, que tienen en cada caso sus propias circunstancias,
modos, ritmos y tiempos a través de los cuales diríamos que van “buscando”
sintonizar y alinearse con estos macro-movimientos de la energía, en un juego continuo
de experiencias, pruebas, estrategias de adaptación, evitación, etc. (juego en
el cual, dicho sea de paso, es muy común que la conciencia no sea un actor
central, en la medida en que suele estar “mirando hacia otro lado”, buscando realizar
modelos e intereses que ha definido a priori, mental-emocionalmente, como
atractivos).
En esta interconexión de tramas cada generación, a partir de
su impronta inicial (como sucede en las cartas individuales), vivirá acontecimientos,
desplegará experiencias, afrontará desafíos, explorará caminos, etc. en un
proceso dinámico y diversificado de aprendizaje, que a su vez se entrelazará
con los procesos y los climas energéticos propios de los momentos históricos
siguientes que irá atravesando, y los “adn” de las generaciones anteriores y
posteriores.
Entre los muchos aspectos útiles de la mirada generacional,
uno que he experimentado repetidamente en la consulta astrológica es que algunas
cuestiones que vivimos como dilemas individuales que sentimos que no logramos
resolver, muchas veces son más bien situaciones generacionales (momentos o
fases de procesos de transformación colectiva) que se plantearían,
comprenderían y resolverían mejor en ese marco.
Casos muy frecuentes de esto son algunos de los dilemas que se
presentan en las relaciones de pareja a los nacidos en los años ´70 y en los
´80 (de dos maneras diferentes). O la frecuencia con que los nacidos en los 90s
sienten no tener un interés concreto, focalizado, por nada en especial, una
“vocación”, a veces mientras paradójicamente vienen realizando múltiples y
ricas experiencias. Muchas veces, esas
sensaciones son en el resultado de una buena conexión con su “adn” generacional,
es decir, con la impronta del tiempo histórico que les toca encarnar y procesar
junto con su coetáneos, con la correlativa dificultad de articular esa
identidad con los formatos establecidos por la sociedad –generalmente
correspondientes a generaciones anteriores-.
Alcances de esta
investigación
La investigación incluye actualmente los nacidos durante la
segunda mitad del siglo XX, que es con quienes he tenido hasta el momento
oportunidades suficientes de explorar sus modos de percibir la vida y
expresarse. El siglo XXI, por cierto, sigue ofreciendo nuevos movimientos
energéticos, astrológicos, socio-históricos, tecnológicos, ambientales, etc.
que continúan desplegando el profundo cambio planetario en curso, y tiñen
seguramente con sus improntas a las generaciones que siguen naciendo.
Es importante señalar que la mayoría de las observaciones,
historias, testimonios y percepciones que nutren (al menos hasta hoy) esta
investigación corresponden a ámbitos urbanos, occidentales y latinos, con
bastante énfasis en Argentina y en clases medias (aunque no solamente). Las
limitadas ocasiones en que he podido hasta ahora contrastarla en otros
contextos (otros sectores sociales, otros países, ámbitos rurales, marginalidad,
otras culturas, etc.), en principio estimulan la idea de que esta suerte de
patrones o perfiles también están presentes en ellos, aunque los modos de
manifestación, expresión y respuesta individual y social sean diferentes en
cada contexto.
A los fines prácticos, esta investigación organiza la mirada
generacional por décadas: los nacidos en los 50s, en los 60s, en los 70s, etc. [iii]
La elección de este criterio es en gran medida para simplificar la exposición y
el uso de esta información, aunque sin olvidar que el flujo generacional –desde
esta mirada- se va tejiendo con múltiples combinaciones del cielo, que tienen
diferentes ritmos y lapsos de vigencia. Esto último se refleja, entre otras
cosas, en que es bastante común que los nacidos a comienzos o finales de cada
década se identifiquen también parcialmente con características de la década
anterior o la siguiente, según el caso.
Como toda mirada colectiva, no todas las personas se
reconocerán en ella; más bien debe tomarse como un entramado de trasfondo que,
junto con otros entramados, contribuye a dar ciertos rasgos o patrones a grupos
de edad.
“Diversidad generacional”
Una de las primeras y significativas reflexiones que sugiere
esta investigación es la siguiente: si es cierto que estamos inmersos en un
cambio muy profundo, radical e irreversible de la vida del planeta, de esos que
sólo suceden cada muchos milenios, y que ese cambio se está generando e
instalando en el planeta a una alta velocidad (al menos desde algún momento de la
segunda mitad del siglo XX), entonces las diferentes generaciones que han ido
llegando y hoy conviven, pueden ser vistas como la manifestación, la
encarnación, de sucesivas fases que va atravesando ese proceso planetario y
social en desarrollo, es decir, como portadoras cada una de ellas de diferentes
modos de configurarse y comprenderse la vida, todos ellos esencialmente nuevos (desde
los años 60 al menos) y a la vez transitorios.
Eso implica, a mi entender, que además de explorar las
características de cada generación, es necesario replantearnos el modo mismo en
que concebimos cómo las generaciones se imbrican entre sí, y dejar atrás algunos
modos que hemos aprendido para mirar la cuestión en otros contextos, como
serían: uno, el ver a los más jóvenes como versión en pequeño de los más
grandes (con la perspectiva, a lo sumo, de superarlos haciendo mejor lo mismo);
el otro, diferenciar “los de antes” y “los de después”, cuando algún cambio
profundo y específico ha atravesado una sociedad (p.ej., los de antes y los de
después de la revolución francesa o rusa, o los de antes y los de después de la
computación, etc.).
Estoy sugiriendo que esta vez conviven en el planeta varias maneras de estar en el mundo, en
términos generacionales. Todas ellas igualmente legítimas. Todas igualmente
fragmentarias, provisorias e incompletas. Es decir, un fenómeno parangonable,
esta vez, al viejo y conocido hecho de que en el planeta conviven diferentes
especies, climas, etc., o que en las sociedades humanas coexisten diferentes
razas, culturas, religiones, modos de la sexualidad, etc., y que eso es parte
de la esencia de la vida terrestre. Lo cual nos plantea la cuestión de la
“diversidad”.
Es por eso que propongo una expresión que intenta captar con
una mirada apropiada el actual fenómeno de las generaciones: Diversidad
Generacional.
Cualquier lector o lectora avisado ya se habrá dado cuenta que la
consecuencia de esto es muy profunda: si esto es así, no hay nadie que hoy tenga
más razón que el resto, no son más válidos los códigos y modos de estar en el
mundo de una generación que los de las otras; estamos “condenados” a convivir aceptándonos
diversos, y todo intento de imponer un modo sobre los otros sólo augura violencia,
dolor y muerte, además de estar destinado al fracaso con el solo paso del
tiempo, si es que este proceso de cambio de la vida es efectivamente profundo e
irreversible.
… Como era previsible, esto lo perciben con más facilidad los nacidos
en las últimas generaciones (sobre todo desde los 80, podríamos arriesgar) que
los que venían de las primeras fases de este proceso, a los cuales usualmente
les cuesta más sintonizarlo tal como es (los de los 50s, en especial).
(
I )
Entonces ... una diversidad de
generaciones conviviendo
La siguiente es una primera mirada desde esta perspectiva,
que abarca a los nacidos/as en la segunda mitad del siglo XX. Son sólo algunas
pinceladas; y en las primeras generaciones hemos elegido hacer cierto énfasis
en la cuestión de hombres y mujeres (entre los muchos temas posibles de
explorar).
Nacidos/as en los 50s
Los/las nacidos en los 50s (aquí pueden incluirse también los
de los últimos años de los 40s) parecen encarnar la última generación que porta
en su “adn” lo que, mirando desde hoy, podríamos llamar genéricamente “las
viejas estructuras” (con formas peculiares en cada cultura). Pertenezco a esta
generación (nací en 1951). Formados en y por las viejas estructuras, nuestro
“adn” nos lleva a concebir la vida como la realización de modelos previamente
establecidos. La vida dentro de órdenes jerárquicos, el trabajo en formatos de
identidad profesional y marcos institucionales básicamente fijos, una ecuación
preestablecida de esfuerzos y posibles logros (que incluye al éxito como una
dirección más bien obligada hacia un lugar poco probable -la zanahoria-), un
rol esencial del tiempo cronológico (y su hija dilecta: la repetición) en la
percepción y organización de la vida, una prioridad de las formas sobre la
energía, un gran peso de lo individual frente a lo grupal, son algunos rasgos
del “adn” de esta camada generacional (parcialmente coincidente en el tiempo
con la categoría de baby-boomer). En
la vida laboral y profesional, el pasado y el futuro formatean el presente. En
las relaciones familiares y amorosas, y también en el trabajo, el patriarcado
organiza los roles.
En los nacidos a partir de 1956-58 estos rasgos se van
mezclando gradualmente con algunos elementos nuevos, como la mayor atención al
nivel grupal en el modo de estar en la vida como contrapeso a la excesiva
afirmación de lo individual.
Esta generación (que podemos considerar de fuerte impronta
saturnina, capricorniana), en su mayoría habría de vivir en su juventud la
fuerte y revolucionadora irrupción de la energía sesentista (astrológicamente simbolizada
en la conjunción de Urano y Plutón en oposición a Saturno), con lo cual quedará
inmersa en una radical dualidad entre el mundo para el que fue formada y el
contramundo que emerge con fuerza en esos años, y en el cual queda sumergida. Una
multiplicidad de factores y circunstancias concretas harán que algunos se
recuesten sobre el lado conservador (lo aprendido) y otros sobre el lado
transformador o revolucionario (lo descubierto). Los segundos no podrán
sustraerse, de todos modos, a la paradoja de “adherir a lo nuevo con modos
viejos”; el exceso de esquemas, de organización, de jerarquías, de
racionalizaciones, etc. lo delatará tarde o temprano; básicos instintos y
hábitos patriarcales (tanto en hombres como en mujeres), difíciles de erradicar
totalmente en esta generación, también.
La mayoría de las mujeres de esta generación se introducirán
tarde o temprano en el proceso de transformación de los roles de género, a
veces voluntariamente –por decisiones o conciencia-, o más comúnmente llevadas
por las limitaciones, la frustración o el dolor de largos matrimonios estructurados
en esencia bajo el viejo modelo –más allá de buenas intenciones, o
declamaciones e intentos igualitarios-. Les ha tocado una travesía difícil de
este proceso, con la muerte (nunca completada) de viejas ilusiones amorosas, y
el desarrollo (con altos precios y restricciones) de una nueva conciencia de su
propio valor y sus derechos, empujándolas a una artesanal y difícil
construcción de vínculos de nuevo tipo junto a una sabia soledad.
Los hombres de esta generación, mayoritariamente, resistirán
este proceso, pero irán sucumbiendo a la desintegración gradual e inevitable de
sus viejos privilegios, con el riesgo de quedar estancados en vínculos amañados
o empobrecidos, soledades asumidas con resignación o concesiones obligadas. Si
a las mujeres les tocó el trabajo y el dolor de morir y renacer en este
proceso, para muchísimos hombres de esta generación el resultado parece haber
sido más bien un cierto empobrecimiento de sus vínculos amorosos, sin llegar a
comprender demasiado lo sucedido.
¿Por qué esta diferencia de caminos entre hombres y mujeres? La mirada de esta investigación asume que una
de las dinámicas centrales del cambio de los tiempos que se despliega en el
siglo XX y XXI -si es que no la principal- es la reconfiguración del ejercicio
de la energía masculina y femenina entre hombres y mujeres. Este proceso se
potencia energéticamente con el parto de los años 60. Es así como a muchísimas
de las mujeres de los 50s, les implicó asumir -con comprensible poca pericia, y
no siempre convencidas-, un nuevo modo de estar en la vida (autoafirmativo, más
independiente, etc., en esencia, con mucha carga masculina) para el que no
estaban preparadas pero que, con masculina determinación, asumieron
valientemente como desafío. Para los hombres, el debilitamiento del ejercicio tradicional
de la masculinidad basada en la simplicidad de la dominación y la fuerza, los
fue sumergiendo en el incomprensible mundo de la sensibilidad y la vincularidad
profunda, sin atinar –la mayoría- a abrirse
amorosamente (femeninamente) a tal experiencia.
Nacidos/as en los 60s
En los años 60 una profunda conjunción de vientos de cambio
renovadores (Urano, Acuario) y profundos impulsos de destrucción de lo viejo al
precio que fuere (Plutón, Escorpio) eclosionan en las sociedades humanas –y por
ende también en las cartas de los nacidos en esos tiempos-. Esta suerte de
parto de una nueva época, que astrológicamente alcanza toda su potencia hacia
1965-66 [iv],
se va sintiendo gradualmente desde comienzos de la década, tanto en los múltiples,
fuertes y determinantes acontecimientos de la época en todos los ámbitos de la
vida, como en la energía de los que van naciendo; para 1963-64, esta textura energética
ya predomina claramente sobre la de la década anterior.
Se podría decir que los/as nacidos en los 60s encarnan en su
“adn” una primera versión de un nuevo tiempo. Potente, rebelde, contrastante,
creativa, la nueva energía se va abriendo paso. Aunque criados/as
mayoritariamente por el viejo mundo y sus habitantes, los mueve un “instinto”
diferente, que algunos sintonizan y asumen tempranamente –con la consecuente
rebeldía en el modo de conducir sus vidas- y otros reprimen o limitan durante
años o décadas por el miedo inherente a las consecuencias de la confrontación o
la radicalidad de la libertad que esa energía agita, o heridos por la dureza de
acontecimientos de la infancia con que la vieja energía respondió a esa
temprana y muy expuesta apertura.
Como sea, con fuerte impronta acuariana (y también
ariana-escorpiana, sobre todo en las mujeres), las y los sesentistas irán descubriendo
que sienten la vida como un hecho creativo, intenso e impredecible, que una
profunda desconfianza les dificulta entusiasmarse con las estructuras que la
sociedad les ofrece –aunque adhieran o se adapten a ellas, cercenando o
limitando así la expresión de su propio ser, cuando no encuentran caminos
alternativos-. Algo les dice que lo establecido, lo pautado, es la muerte de su
fuego vital, que las identidades fijas son la cárcel del ser, que el orden
jerárquico es tramposo, que las promesas de la sociedad también, que el
esfuerzo sólo vale la pena cuando emana de la libertad, que el tiempo es
relativo, que la energía es más valiosa que las formas, que los horizontes de
exploración de la vida y de la conciencia son ilimitados y no tienen reglas ni
verdades a priori a las que
circunscribirse. No será fácil que encuentren refugio en las propuestas
“revolucionarias”, o en creencias promocionadas con garantía de éxito, o planes
organizados para un mundo mejor, cuyo olor a viejo no podrán evitar percibir.
Por eso, siempre que puedan, elegirán lugares marginales (lejos de los centros,
fuera de lo muy institucionalizado), roles no muy definidos, una organización
no lineal del tiempo y la acción, caminos provisorios y flexibles, en los
cuales explorar y experimentar con mayor libertad el potencial que alcanza la
energía cuando logra no quedar atrapada en estructuras, cuando desborda los
límites de lo formateado. Ni el mundo laboral organizado ni los proyectos
familiares pre-horneados les atraerán demasiado. El presente, que tiene más
energía que el pasado y el futuro, cuestiona el pasado y trata de encauzar (pero
no formatear) el futuro.
Los 60s parecen encarnar energéticamente un momento determinante
en el cambio de polaridad entre lo masculino y lo femenino (lo cual parece también
reflejado en muchos hechos sociales e históricos, en particular el ascenso de
las luchas feministas y de sectores oprimidos y marginados en general). Quizás
por eso las mujeres de esta generación tenderán más naturalmente a ser combativas
que a adoptar la parte que les tocaba en los roles patriarcales, todavía
vigentes en la sociedad pero poco confiables desde su percepción. Con mucha
frecuencia, les tocará pagar los precios de una independencia asumida, y
tendrán la energía con la que hacerlo.
Los hombres de esta generación parecen nacer con el “adn
patriarcal” debilitado y poco operativo, a la vez que con una mayor
sensibilidad disponible, aunque sin experticia en cómo encauzarla. Por eso será
común que les cueste mucho tiempo y varios intentos encontrar caminos y modos
de ser y de vivir con los cuales tornar productiva y satisfactoria esta nueva
mezcla –frente a una sociedad que los empuja a roles masculinos de formato
viejo, en los cuales ellos cada vez resisten menos-. A los ojos de las
aguerridas mujeres de su generación, lucirán frecuentemente como débiles,
inmaduros o indecisos. Les tocará empezar a explorar, sin mapas, referencias ni
demasiados apoyos, y en una relación de fuerzas poco favorable, un nuevo camino
de lo masculino.
Las mujeres y hombres de esta generación han estado viviendo
en lo que va del siglo XXI el tránsito de los 40 a los 50 años de edad, un rico,
revuelto y profundo período vital de reorganización de la identidad y del lugar
en el mundo, por lo cual muchos y muchas de ellas muestran ahora madurados resultados
y logros del peculiar desafío recibido con su “adn” generacional.
Nacidos/as en los 70s
Los años 70 parecen encarnar una suerte de transición en los
grandes movimientos del proceso del siglo XX, lo cual se refleja en el ”adn” de
esta generación (coincidente sólo parcialmente con lo que otras clasificaciones
identifican como Generación X). En mi experiencia, es visible que los nacidos
en estos años en general ya no portan esa tan intensa carga energética descripta
para los sesentistas; tampoco tienen la textura, los dilemas, tensiones y
tentaciones de los nacidos en los 80s. Pero no es tan claro –a mis ojos, al
menos- cuál es su propia impronta.
Es una generación donde hay un predominio de las mujeres,
podría decirse muy en general. Mujeres autosuficientes, con gran capacidad de
desplegar su energía para construir y manejar su mundo; muy femeninas en su
aspecto, pero con un modo de manejo de la energía altamente masculino:
determinado, autoreferenciado, potente (si bien despojado ya en general del
impulso confrontador que signó a la generación anterior) [v].
Como quien hereda una batalla ganada (sin ser muy consciente de ello) y
simplemente ejerce su poder para tratar de construir un mundo a su manera.
Los hombres de esta generación, en alto porcentaje, lucen
como funcionales y complementarios de este movimiento: más dóciles que
dominantes, con frecuencia sin proyectos propios claros –o con limitada convicción
y fuerza para impulsarlos-, sensibles pero de estructura demasiado lábil. Como
quien hereda una batalla perdida (sin saberlo), no termina de descubrir qué
está pasando, cuál es su nuevo lugar en el mundo y cómo ejercerlo; y tampoco
tiene una pulsión muy fuerte para hacerlo.
En su versión más lúcida, los hombres de esta generación son abiertos y
sensibles, creativos, con pocas rigideces y dogmas, moviéndose con fluidez en
el campo de la experimentación.
A veces percibo a esta generación como si no tuvieran un
registro muy claro de “cómo fue que llegamos hasta aquí”. Tanto en la
distribución de roles entre hombres y mujeres, como en su comprensión e inserción
en los procesos socio-históricos. Desde la mirada astrológica tampoco aparecen
en esta década eventos de la envergadura que se ve en otras. También es curioso
que, al menos en Argentina, esta es la generación de la pérdida de identidad
(hijos de desaparecidos).
Paradójicamente esta generación, que aparece expresando
lugares nuevos en los roles masculinos y femeninos y en otras cuestiones, sin
embargo con mucha frecuencia suele tener proyectos de vida que podríamos llamar
conservadores, o al menos más parecidos a los previos a la década del 60.
Vuelven a valorizar las estructuras y a sentirse cómodos en roles formales; les
interesan proyectos familiares estables y satisfactorios, la prosperidad y
estabilidad económica, el éxito profesional, la racionalidad. Creen en el
esfuerzo y la disciplina (sobre todo las mujeres). Eso sí, siempre que todo
esto sea desde formatos más modernos, relaciones más horizontales, modos y
tareas más satisfactorios, y resultados más atractivos y próximos en el tiempo;
y por supuesto, más allá del esquema patriarcal de roles.
Los/as nacidos en los 70s parecieran, a veces, empujados a
la paradoja de “adherir a lo viejo con modos nuevos” (parafraseando la
experiencia de otra generación anterior). Por momentos da la impresión de una
generación que ha llegado demasiado temprano a una obra que todavía no se había
desplegado. Y entonces, con un “adn” nuevo en un mundo donde todavía prevalecía
fuertemente lo viejo, no encuentra otro juego para jugar que el juego antiguo. El presente, entonces, pareciera que intenta liderar
una no muy clara transacción entre el pasado y el futuro.
Esta generación está llegando a un período de la vida (los
42-44 años en adelante) que usualmente empuja a un profundo replanteo de la
identidad y una reorganización del propio mundo. Interesantes descubrimientos y
cambios en sus vidas pueden augurarse para los próximos años, tanto para ellos
como para su aporte al proceso colectivo.
Nacidos/as en los 80s
Los nacidos en los 80s (la primera franja de los que se
suele categorizar como Generación Y, o millennials)
parecen recibir como parte de su “adn” generacional una inevitable percepción
de que el mundo de los adultos está agotado, quebrado; y por lo tanto portan un
rechazo instintivo, visceral, a lo viejo y junto a ello semillas e impulsos
para la construcción de un mundo nuevo. Los escenarios, actitudes y propuestas
que ven a su alrededor los empujan hacia eso, aunque más no sea por lo evidente
–a sus ojos y sentires- de la decadencia y lo poco interesantes que resultan
las ofertas y promesas que encierran las estructuras todavía funcionantes del
mundo viejo; eso viene acompañado de poca capacidad de resistencia para
adaptarse exitosamente a esos formatos y caminos establecidos y restringir su
vida a ellos; intentos que realizan, por cierto, pero que les resultan
profundamente antinaturales y desenergizantes.
No será tan sencilla la cuestión: semillas e impulsos no
alcanzan para construir un mundo nuevo. Desarrollar la conciencia de que lo
viejo ya no funciona, tampoco es suficiente por sí solo. [vi]
Tal vez es por eso que tenderán a oscilar explorando diversas variantes y sus
combinaciones. Una, intentar adaptarse a lo que hay, lo que les hará sentir -más
temprano que tarde- el poco sentido y la desvitalización que eso les trae.
Otra, volver sobre el mundo viejo en busca de sus versiones aparentemente más
abiertas y flexibles, o las más críticas y contestatarias -con algún aroma a
revolucionamiento del statu quo-, hasta constatar que esa herencia recibida puede
aportarles algunos elementos pero está irrecuperablemente vieja. Otra, descreer
de todo lo que ven e intentar refugiarse en lugares marginales de la vida; pero
es probable que sus impulsos o sus semillas –o ambos- les impidan olvidarse la
tarea de sembrar. Otra, lanzarse –frecuentemente con mucho coraje y sin
paracaídas- a la experimentación de nuevos caminos; esto último será,
inevitablemente, en condiciones de alta fragilidad (como todo lo que está
naciendo), y alternará fases de entusiasmo, fuerza y creatividad con otras de
crisis y profundos replanteos. Única forma, tal vez, en que las semillas de lo
nuevo pueden ir abriéndose camino a través de la tierra y del tiempo. Estas
vivencias parecen tener frecuentemente alta tensión en los nacidos en torno a 1982-83
(período de la conjunción entre Saturno y Plutón), y luego se van profundizando
y flexibilizando a la vez; muchos de los nacidos hacia los finales de esta
década, por su parte, empiezan a sintonizar también la fuerte y peculiar
impronta de los 90s.
No hace falta decir que, con este “adn”, hay poco espacio
para poder instalarse con éxito y por mucho tiempo en estructuras laborales o
proyectos familiares que sean demasiado estables, rígidos o excluyentes, o en identidades
o roles muy fijos (como expliqué más arriba, puede que haya una necesidad de
probarlos, pero con pocas chances de estabilizarlos por mucho tiempo). Tampoco
se pueden sostener demasiado aquellos compromisos con la realidad que no
muestren un equilibrio atractivo entre lo que demandan y lo que ofrecen, que no
tengan una dinámica vitalizante, que no brinden algún espacio tangible para la
expresión y realización personal, o que obliguen a convivir con modos
ostensibles de hipocresía social. En contrapartida, hay una gran versatilidad
para el movimiento entre formas, la multiplicidad y diversidad de caminos, la
experimentación de variantes. El presente, en esta generación, empieza a desprenderse
del pasado y ensayar nuevos romances con el futuro.
¿Qué sucede en esta generación con la cuestión de hombres y
mujeres? La lógica de la lucha entre hombres y mujeres empieza a perder
sentido, y a dejar espacio a otra dinámica y otra tarea: la construcción
conjunta de nuevos modos y de nuevos estilos. Eso sí, sin referencias claras
todavía, sin modelos ni estructuras
demasiado útiles, y sin garantías; sólo con semillas. Se ha abierto un amplio
espacio para explorar nuevas maneras y estilos de ser hombre (gradualmente más
liberados del dilema excluyente entre fuerza y sensibilidad), de ser mujer (más
liberadas del desafío de imponerse o ser autosuficientes para no ser dominadas),
y modos y estilos de vínculos más abiertos, igualitarios y experimentales (gradualmente
desentendidos de esquemas preconcebidos a seguir, y más liberados de roles
fijos y excluyentes –incluso en lo sexual-), procesos en los cuales lo más
común es que las mujeres tengan mayor iniciativa y protagonismo.
Todo lo dicho confiere a esta generación una extraña mezcla
de fuerza y fragilidad, de lucidez y desorientación, de potentes nuevas
preguntas junto a provisorias y limitadas respuestas.
Esta generación viene atravesando en los últimos años el
umbral de los 29 años de edad, que en la mirada astrológica inaugura un nuevo gran
ciclo de vida –no necesariamente en forma consciente, pero sí real, movido por
la fuerza de los hechos cuando no alcanzan los impulsos-. Estuvieron
explorando, audazmente muchas veces, el mundo y la vida, y ahora han entrado o
están entrando en nuevos caminos, de impredecible desarrollo.
Es probable que esta generación tenga a su tiempo un protagonismo
importante en la medida en que maduren sus semillas y encuentren un tiempo,
tierras y modos propicios para dar formas creativas a su fuerte propensión a generar
mundos, así como alianzas adecuadas con las generaciones siguientes.
Nacidos/as en los90s
Los nacidos en los 90s (coincidentes con la última parte de
los llamados Generación Y o millennials
en otras clasificaciones, y los primeros de la llamada Generación Z) parecen coincidir
con el ingreso al planeta de una nueva manera de estar, percibir y vincularse
de la vida, y son los primeros depositarios en forma masiva de esa nueva
percepción, que constituye una parte esencial de su “adn”. Astrológicamente, se
corresponde especialmente con la conjunción entre Urano y Neptuno (las dos
energías zodiacales de lo altamente perceptivo e intuitivo, lo inmensamente
abierto y lejano a toda referencia y estructura, tanto mental como
emocionalmente), más otros movimientos planetarios que van sucediendo en los
años siguientes.
Esta década (y por ende esta generación) encarnan algo así
como un abismal cambio perceptivo y vincular en el funcionamiento de la vida. Formas
embrionarias de esto se ven muchas veces en nacidos en los 80s; en los nacidos
desde 1991, ya está generalizado. Los primeros de la década (hasta 1993) podría
decirse que es como si recibieran esta nueva percepción en una versión todavía
demasiado temprana y desajustada de los sistemas y estructuras en los que tiene
que encarnar (el cuerpo físico, la estructura psíquica de la especie, las
familias, los sistemas educativo, de salud, económico, etc.), lo cual los
obliga a exigentes ensayos adaptativos, que van desde fuertes y tempranas
crisis de variada índole hasta modos de autoprotección a través de formas de
hiper-adaptación forzada, o desconexiones del mundo exterior.
El “adn” de esta década tiene algunas características y
resonancias comunes con lo que se ha dado en llamar niños índigo, cristal,
etc., aunque en la mirada de esta investigación no se los concibe como casos o
seres especiales, sino como una configuración colectiva y masiva, que
constituye una fase de un proceso más amplio, y que se va manifestando y
desplegando -en diversos modos y momentos- en la generalidad de los nacidos en
estos años. [vii]
Estamos hablando de una suerte de salto cualitativo de la
sensibilidad y la percepción, que llegó para quedarse. Algo así como un nuevo
“software de base” que –salteando de golpe varios niveles, tanto en los
individuos como en los procesos sociales- habilita una sintonía o apertura a
planos de percepción más amplios, una capacidad de procesamiento de información
más veloz, multinivel (percibir varios niveles de la realidad a la vez),
multitarea (hacer muchas cosas a la vez), horizontal (relaciones en paridad de
intercambio, no jerárquicas) y con una natural capacidad integradora (percibir
los aspectos que interconectan a las cosas y a los conocimientos más
fuertemente que los detalles particulares de cada compartimiento) y de
percepción de patrones. Esto desorganiza los viejos modos de conocimiento,
vinculación e interacción (es decir, los modos que la sociedad instituida enseña,
practica y pretende) y es el embrión de una nueva vincularidad que se abre como
potencial para la especie y para la vida toda del planeta. Esta misma textura
puede encontrarse en muchos e importantes acontecimientos que signan la década
y desencadenan una fuerte mutación del mundo conocido (la expansión de la
tecnología digital, celular, etc., la globalización económica, financiera y
humana, las técnicas de exploración de planos sistémicos y de niveles más
amplios y sutiles en la ciencia y la psicología, nuevos modos de las relaciones,
etc.).
Para este movimiento no hay todavía formas reconocibles ni
sostenibles. Se trata de pura percepción, creatividad, sensibilidad, y la consecuente
inestabilidad que va de la mano. Es quizás por eso, entre otras razones, que
esta generación no es confrontativa; es esencialmente pacífica, pero a la vez
independiente –cuando no desentendida- de las formas (frecuentemente en proceso
de decadencia, por obsolescencia o degradación) que les propone el mundo al que
llegan.
El futuro se ha hecho presente. Pero ni las sociedades, ni
los propios sistemas físicos y emocionales de estos humanos, han cambiado
demasiado todavía. Por eso esta generación, más que otras, carga sobre sus
espaldas el profundo desajuste entre el mundo que está dejando de ser (pero no termina
de morir ni cede su poder) y el mundo que está naciendo a través de una vastísima
diversidad de manifestaciones en ebullición y experimentación –tanto evolutivas
como perversas, todas en el mismo cóctel-, y que tardará su tiempo en llegar a generar
formas nuevas relativamente estables y saludables para la vida.
La cuestión de hombres y mujeres y sus vínculos, en esta
generación, se abre ya sin las viejas fronteras a la experimentación de nuevos
modos de identidad, encuentro e integración, traspasando los umbrales que los
nacidos en los 80s confrontaron y confrontan muchas veces duramente, y
asociándose con ellos en la aventura de explorar el nuevo campo de
posibilidades.
Esta generación, desde la mirada astrológica de los ciclos
vitales, está acercándose a los umbrales del comienzo de un nuevo gran ciclo de
vida, que sucede en torno a los 29 años de edad. En los próximos años, su
entrada en nuevos caminos irá revelando nuevas facetas del potencial y las
necesidades de estos jóvenes.
Hay que decir que, desde la mirada de esta investigación,
los años 90 se ven como un cambio de época tan o más profundo que lo que a su
modo fueron los años 60. Aunque la visibilización, la percepción de este cambio
y su decodificación, no sea esta vez tan nítida, clara ni comprensible como lo
fueron los 60, probablemente por el mismísimo hecho de que esta vez nos sumerge
en una percepción nueva y sin referencias suficientes como para ser
metabolizada o al menos traducida fácilmente por nuestras estructuras de vida y
pensamiento preexistentes. Ideas y concepciones como “nuevos paradigmas”, “sociedad del conocimiento”, “redes
sociales”, “niños índigo”, “realidad cuántica”, “energías”, “nueva conciencia”,
“globalización” y otras muchas, parecen
ser apenas las primeras aproximaciones a tratar de sintonizar y comprender la
magnitud y multidimensión del proceso que se ha abierto en la vida del planeta,
y que por cierto de momento no alcanzan para conducirlo o encauzarlo consciente
y coherentemente.
(
II )
Los millennials a los ojos de otras
generaciones
Esta segunda parte propone una conversación reflexiva sobre
las relaciones entre lo que algunas clasificaciones llaman “millennials”
(nacidos desde algún momento de los 80 hasta algún momento de los 90, según los
autores – ver nota 3) y las generaciones precedentes. No tiene más pretensión
que ser un ejercicio y una invitación a explorar aperturas de la comprensión
que faciliten el encuentro y la complementariedad entre este racimo de
generaciones que caminamos juntos por el planeta. Brotan de un nacido en los
50s (poco ortodoxo) con hijos nacidos en los 80s.
Los nacidos/as en los 80s y parte de los de los 90s, han
sido criados y educados en la mayoría de los casos por los nacidos/as en los
50s. Y en menor proporción por los nacidos/as en los 60s.
Es un hecho que, en las primeras décadas de la vida, el
contacto de una generación con las anteriores se da principalmente a través de
relaciones asimétricas y jerárquicas: padres, maestros y profesores; luego
jefes, terapeutas, etc. Más adelante se tornarán más frecuentes las relaciones
de paridad con otras generaciones (compañeros/as de trabajo, amistades, socios,
amores y parejas, etc.).
No es un tema menor el de las relaciones jerárquicas, en
este caso. Porque lo jerárquico es una pieza fundamental del “adn” de los 50s,
e incluye la tradicional idea (entre otras) de que los más chicos son una
versión “en construcción” aprendiendo el modo de vivir y moverse en el mundo de
los más grandes, que éstos ya conocen y manejan. Y sucede que los nacidos a
partir de los 80s son justamente una generación que en su “adn” energético ya están registrando, percibiendo
inevitablemente, que ese mundo que les presentan está fisurado, hace agua, no
es muy creíble.
En estos términos, el desencuentro es inevitable. Era sólo
cuestión de tiempo y circunstancias de vida que los nacidos en los 80s en su
crecimiento lleguen a sentirse suficientemente fuertes para afirmarse más en su
propia percepción de la vida que en la invitación a encajar en el mundo de los
adultos, y entonces el desencuentro se manifieste con mayor nitidez. En el caso
de los nacidos en los 90s (siempre hablando muy genéricamente), da la impresión
que el desencuentro de sintonías fue, en forma masiva e inevitable, más
temprano en edad, generando otras situaciones.
Criando y conviviendo con
los nacidos en los 80s
En el mejor de los casos, para muchos padres de los 50s que
habíamos aprendido actitudes educativas más abiertas (a partir de nuestra
propia experiencia como hijos, más las ideas nuevas que trajeron los 60s), la
vivencia con los hijos de los 80s podía describirse como algo así como estar
criando “extraños seres” [viii],
a los cuales, además de educar, intentar darles un lugar, dejarlos ser y si se
puede tratar de entenderlos. Pero sin lograr, en esa tarea, ir mucho más allá
de nuestro propio “adn”, el de las viejas estructuras (más cercano a la opción
entre impongo-no impongo, que a nuevas combinaciones).
Mejor o peor tratados, los nacidos en los 80s, en la medida
en que iban pudiendo, de múltiples y diferentes maneras fueron mostrando a sus
padres y maestros el poco interés que tenían por una buena parte de lo que
éstos les proponían, ya fuera como obligaciones o como atractivos de la vida. La
televisión primero y la computadora después, funcionaron en gran medida para
ellos como zonas de repliegue y refugio ante ese desagrado (refugio no siempre
saludable, quizás, y bien explotado por la cada vez más sofisticada maquinaria
del consumo que avanzaba; pero refugio al fin). Después, con la juventud,
vinieron tanto la exploración de horizontes y caminos propios –junto con sus
pares- como los intentos (en general no muy exitosos) de aceptar e integrarse
al mundo recibido, sus reglas y estilos.
A esta altura de los tiempos, la mayoría de los nacidos en
los 80s ya tienen bastante desplegada una vida propia. Suele lucir poco sólida
a los ojos de sus mayores, y también con frecuencia a los de ellos mismos, y en
muchos casos todavía mantienen dependencias económicas (de un modo u otro) de
los padres.
El desencuentro continúa con demasiada frecuencia, aunque
sean otros los contextos. Y se va mezclando con dosis de mutua resignación,
negociación y, cuando florece, una real aceptación.
¿Cuál es la esencia de este desencuentro y por lo tanto la
clave del encuentro? Desde esta mirada, el tiempo no va para atrás; en otras
palabras, el proceso histórico y planetario en el que todos estamos metidos es
más afín al “adn” de las nuevas generaciones que al nuestro. Y entonces, en
esencia, la llave del encuentro la tenemos los “adultos” (los nacidos en los
50s en este caso), empezando por aceptar que el mundo cambió y está cambiando,
y que nosotros mismos estamos en un proceso de “readaptación” en nuestras
propias vidas. Los jóvenes sencillamente están tratando de construir su vida,
como todos lo hicimos en nuestra hora (cada uno con su contexto y su “adn”, con
sus cualidades y sus limitaciones), y en ese camino van madurando (como todos
lo hicimos), en algunas cosas más rápido, en otras con mayor dificultad (como a
todos nos sucedió). Y esto ocurre en un mundo que por su parte es una profunda,
confusa y por momentos bastante desatinada transición evolutiva de la vida en
el planeta hacia algo que no sabemos bien qué es o qué será. Y ese mundo parece
ser así para todos: para los que lo perciben y para los que no, para los que
sintonizan estos tiempos como una nueva aventura y un nuevo desafío, y para los
creen que simplemente se han perdido los valores, falta autoridad, estamos en
decadencia, y ese tipo de visiones del presente.
En este punto, nos puede ayudar preguntarnos: ¿qué nos
molesta de ellos? ¿qué les reprochamos? (a veces con sospechoso enojo).
Escuchemos alguna voz como ejercicio.
“
(…) no existe constancia de que ellos hayan nacido y crecido con los valores
del civismo y la responsabilidad. Hasta este momento, salvo en sus preferencias
tecnológicas, no se identifican con ninguna aspiración política o social. Su
falta de vinculación con el pasado y su indiferencia, en cierto sentido, hacia
el mundo real son los rasgos que mejor los definen.”
"
(…) Al final las preguntas son muchas. ¿Vale la pena construir un discurso para
aquellos que no tienen en su ADN la función de escuchar? ¿Vale la pena dar un
paso más en la antropología y encontrar el eslabón perdido entre el millennial
y el ser humano? ¿Vale la pena conocer la última aportación tecnológica y vivir
queriendo influir con ella en un mundo que históricamente se ha regido por las
ideas, la evolución y los cambios?
“Si
los millennials no quieren nada y ellos son el futuro, entonces el futuro está
en medio de la nada. Por eso los demás, los que no pertenecemos a esa
generación, los que no estamos dispuestos a ser responsables del fracaso que
representa que una parte significativa de estos jóvenes no quieran nada en el
mundo real, debemos tener el valor de pedirles que, si quieren pertenecer a la
condición humana, empiecen por usar sus ideas y sus herramientas tecnológicas,
que aprendan a hablar de frente y cierren el circuito del autismo. Pero,
además, que sepan que el resto del mundo no está obligado a mantenerlos
simplemente porque vivieron y fueron parte de la transición con la que llegó
este siglo del conocimiento." [ix]
El que escribe con notorio enojo ese artículo en el diario
El País, es un periodista, empresario y promotor cultural español radicado en
México. Nacido en 1952. Desde su perspectiva (sostenida por su fuerte creencia
en el mundo al que él pertenece) estos jóvenes lucen “sin vinculación con el
pasado” (es decir, desinteresados de lo que “él” tiene para ofrecerles) y con
“indiferencia hacia el mundo real” (¿cuál sería para el caso el mundo “real”?: el
de él, no es difícil deducirlo).
Escucharnos
Se cuestiona a estos jóvenes no querer escuchar a los
mayores. Como suele suceder muchas veces, ¿no será que somos más bien nosotros
los que no sabemos escuchar? Por mi parte, contrariamente a lo que perciben muchos
cincuentistas, creo que los jóvenes sí quieren hablar con nosotros. Tienen
mucho interés en hacerlo. Pero eso sí: en condiciones de paridad.
Es decir, para que se interesen en hablar con nosotros, en
primer lugar tenemos que “bajarnos del banquito” de las relaciones jerárquicas,
lo que incluye dejar de hablar desde la actitud (explícita o subyacente) de
quien cree tener las verdades en su mano, la vida resuelta (posibilidad que
luce en general muy frágil, cuando no simplemente falsa) y en nombre del mundo
como es (a ojos vista no demasiado defendible). En segundo lugar, si nosotros tratamos
de “poner la agenda” (de qué y cuándo hablar), es muy probable que no funcione;
ellos están interesados en hablar –en cuanto a sus vidas- en el momento en que
a ellos (no a nosotros) les interese, de lo que a ellos les importa y no de lo
que nosotros creemos que debería importarles, o deberían resolver, ocuparse,
etc. Por otra parte, también puede interesarles escucharnos hablar de nuestras
vidas, pero si es como caminantes que comparten algo de sus andares, búsquedas,
aventuras y desventuras, no como quien enseña a otro. Es decir, sólo funcionan bien
las relaciones de paridad, no jerárquicas. Y la paridad nos dice, entre otras
cosas, que todos nos estamos preguntando de qué se trata este tiempo, por dónde
seguir, etc., que no hay maestros de un lado y aprendices del otro. “Ustedes
también tienen un problema y nos necesitan”, solía decirme mi hijo ochentista.
Cuando el encuentro horizontal se produce, estos jóvenes
muestran mucha inclinación a charlar con nosotros. Eso sí, lo que encuentran
interesante de nuestro compartir no es necesariamente lo que nosotros creemos
más valioso de nuestro decir. A veces les interesa recoger algo de nuestra
cosecha de aprendizajes (lo que les parezca valioso según su mirada o su
búsqueda, no necesariamente lo que nosotros creemos; son muy independientes en
sus criterios en eso). Otras veces no los motiva tanto “qué puedo aprender de
esto que me está diciendo o contando”, sino más bien una exploración, un tratar
de percibir –en el entrelíneas de nuestro relato- “cómo fue que llegamos hasta
aquí”, por qué el mundo viejo funciona como funciona, etc.
Y en mi experiencia, estos jóvenes no tienen una particular
inclinación a juzgarnos, aun cuando difieran con nuestra visión de las cosas; y
los nacidos en los 90s, menos aún, me parece (a diferencia de cómo era nuestra
generación cincuentista, que fue frontalmente cuestionadora y juzgadora del
mundo de sus padres). Ellos incluso pueden reconocer sin problemas que lo que
hay de bueno en el mundo es porque las generaciones anteriores lo crearon o
consiguieron y, en todo caso, es lo que pudieron hacer, y ahora ellos van por algo
más, algo nuevo, intentan sembrar sobre ese terreno semillas superadoras, otros
modos de vivir, que resulten más humanizados y más armónicos con la naturaleza.
Poca solidez
Si no aceptamos la profundidad de la crisis planetaria y
civilizatoria, nuestro rol en ella, y si no ubicamos en su justo lugar y
magnitud nuestras propias frustraciones, limitaciones, replanteos, preguntas
sin respuesta (o con respuestas vencidas, o con respuestas recauchutadas para
ir tirando), es difícil que podamos entender, y menos aún empatizar, con la
poca solidez que suele verse, de momento, en la construcción de las vidas de la
mayoría de los nacidos en los 80s, que actualmente transitan entre sus 27 y 37
años.
Difícil tarea para ellos la de construir sólidamente dentro
de un mundo que parece más en proceso de demolición que de afianzamiento, y
está lleno de ofertas que con toda naturalidad no son lo que dicen ser ni dan
lo que prometen.
Difícil para nosotros –que nacimos y crecimos con el reflejo
vital de aferrarnos a lo conocido aunque funcione mal-, comprender y valorar
los incansables flujos y reflujos, las inconsistencias, los vaivenes de una generación arrojada a la exploración
inevitable de nuevos caminos, exploración que sucede sin mapas confiables, sin
manuales y –habrá que aceptarlo- sin que resultemos guías o maestros que puedan
avalar sus consejos con la plenitud de sus propias vidas.
Difícil para nosotros, también, porque crecimos en un mundo
donde había muchas menos opciones –y pocas combinaciones posibles-, un mundo
donde se trataba de “encontrar tu lugar” (de una vez y para siempre, parecía
sugerir la realidad), un mundo con sus caminos diseñados para elegir “un”
oficio o profesión, encontrar “un” trabajo, etc. Y ese camino único ayudaba a
responder con muy pocas palabras, y de una vez para siempre, las inquietantes preguntas: “¿qué sos?, “¿dónde
trabajás?”. Para los nacidos en los 50s ese era el escenario, y así crecimos,
en sintonía con el “adn” de nuestro tiempo natal; de hecho nos cuesta, todavía,
terminar de descubrir que al final no funcionó así tampoco para muchísimos de
nosotros, y menos aún funcionará así de aquí en más.
Lo que ellos son y no
son
Podemos mencionar algunos temas para ejemplificar cómo la
diferencia de perspectivas (y de experiencias) nos dificulta el camino del
encuentro. Y cómo somos espejos unos de los otros.
“No tienen ideas firmes ni proyectos claros y sostenidos”.
“No son determinados”. Nosotros, en cambio, sostenemos con firmeza ideas y
creencias; sí, hasta el punto de negar las de los diferentes, enfrentarnos como
enemigos y desplegar groseras y sutiles estrategias de dominación para imponer
nuestra perspectiva; nosotros, criados para la lucha y la competencia para
“sobrevivir”, para “alcanzar nuestros objetivos”, etc., avanzamos en nuestros
proyectos y realizaciones sin registrar mucho si en el camino estamos
contribuyendo a modos de funcionar el mundo que devoran impiadosamente la
naturaleza, hacen estragos en cuerpos y campos emocionales –incluido el propio-
y, en el extremo, destruyen, marginan o degradan sociedades enteras.
“No son previsores”. Nos cuesta mucho apreciar la cualidad que
hay en esa perspectiva. Por una parte, nosotros creemos que la vida es
previsible (contra todas las evidencias acumuladas en nuestra propia historia
individual y colectiva); y por otra, aprendimos a sacrificar el presente en
nombre de un futuro diseñado en nuestra mente (que frecuentemente nunca llegó).
Ellos, en cambio, tienen un “adn” más rápido, abierto y flexible para responder
a los cambios, por lo cual no encuentran muy valioso gastar la energía en abrir
el paraguas antes de que llueva. “Lo que pasa, tía, -decía uno de estos niños a
los 9 años- es que vos sos cuadrada y yo soy redondo. Por eso, mientras vos
tenés que hacer todo un esfuerzo para cambiar de posición, yo …” (y hacía con
las manos el ademán de una pelota que rueda).
Los nacidos en los 80s (y los millennials en general) son
más pacíficos y menos confrontativos y discriminadores que nosotros. Nos cuesta
descubrir y apreciar eso. En el formato del “adn” generacional de los 50s, esas
cuestiones “no están”, no son naturales modos de ser y de relacionarse con la
vida y los demás, sino que se adosan después a la vida como una suerte de “valores”
que se pueden y deben aprender con la “educación” (no es difícil darse cuenta
que en nuestra generación esto en general no ha logrado más que actitudes
impostadas o forzadas sobre estos valores, que más temprano que tarde muestran
su fragilidad ante impulsos profundos más agresivos y dominantes).
Los millennials tienen en su “adn” una más profunda conexión
con la naturaleza y por ende una natural sensibilidad a la vida en todas sus
manifestaciones. No apreciamos esto; y no nos dice demasiado a los nacidos en
los 50s, para los cuales –en el mejor de los casos-, lo “ecológico” o
“ambiental” es una cuestión ideológica, socio-política, tecnológica, etc. más; y, en todo caso, es otro “valor” que se puede
aprender o una “política” a desarrollar por los gobiernos.
Los millennials y los
nacidos en los 60s
Muchos millennials (algunos de los 80s y gran parte de los
nacidos en los 90s) han sido criados o educados por sesentistas. El panorama
parece presentarse bastante más flexible, desde esta mirada, cuando son los
nacidos en los 60s los que deben tratar con ellos. Agregaremos aquí algunas
diferencias y matices que se ven cuando entra en escena esta generación, sin
más ánimo que el de ejemplificar y estimular una exploración más amplia.
La impronta, el “adn” de los 60s (como describimos al hablar
de ellos), es instintivamente cuestionadora, inquieta y exploradora, cuando no
revoltosa, más bien reacia a dejarse encorsetar por estructuras fijas y poco amiga de las
relaciones jerárquicas. Es decir, con características menos contrapuestas y más
empáticas hacia estos irreverentes y extraños seres nacidos en los 80s.
Es cierto que gran parte de los nacidos/as en los 60s
tardaron buena parte de su vida en lograr conectar con esa impronta -postergada
o reprimida por forzadas adaptaciones- y darle suficiente lugar en sus propias
vidas. Pero el instinto funciona igual, y entonces algo de ellos mismos parece
haberse sentido expresado o reflejado en el atrevimiento, la creatividad y la
indocilidad de esos hijos o alumnos ochentistas, resonando como aire fresco
para sus propias vidas. Y, en el peor de los casos, o acosados por sus dudas
sobre si debían ser más rigurosos con ellos, el “adn” sesentista ha hecho que
al menos su “convicción” para tratar de imponerles algún modelo a esos niños y
jóvenes de los 80s flaqueara mucho más temprano que la de los nacidos en los
50s. Y la inclinación a juzgarlos también. Porque los nacidos en los 60s son de
por sí menos juzgadores (en todo caso, sí, confrontadores, que no es lo mismo)
y porque –al menos desde su inconsciente- algo del estilo de la generación
nacida en los 80s resuena en ellos como una afinidad, un encuentro o una
esperanza.
Ahora que la generación de los 60s llega a un momento de
maduración vital, y los de los 80s tienen más vuelo propio, esta alianza
potencial tiene más espacio para crecer. Escuchemos una voz de los 60s,
comentando el enojado artículo del diario El País mencionado más arriba.
“Soy
madre de "millennials" y aunque nací en los 60 me identifico con
muchas de sus actitudes y muchos de sus planteos - que existen en esa
generación si los sabemos encontrar- y considero que precisamente de eso se
trata: de que llegó la hora en que no somos los "antecesores" quienes
seremos escuchados, sino quienes escucharemos lo nuevo, lo que aún no tiene
forma y no tiene por qué tenerla...Esto es lo primero que me sale sin pelos en
la lengua...Yo aplaudo a los millennials intuitivamente, no porque los
comprenda o porque esté en todo de acuerdo con ellos...Están creando otro mundo
que no me parece sea solo para ellos, quizás muchos de sus "mayores"
lleguemos a estar incluidos”. [x]
Por supuesto, no todo es fácil ni empático en la convivencia
entre estas dos generaciones. Así, por ejemplo, ciertas formas de debilidad o
indecisión que con frecuencia lucen los de los 80s en sus flujos y reflujos, no
son atractivos para el lado determinado y combativo de los nacidos en los 60s. También
es probable que les incomode la inconstancia, aparente indolencia o fácil cambio
de intereses de los de los 80s, eso que para los de los 50s es visto como falta
de “responsabilidad” y para los sesentistas luce como poco “compromiso”.
Los millennials y los
nacidos en los 70s
A los nacidos en los 70s no les ha tocado en general criar
nacidos en los 80s. Pero sí tenerlos de alumnos, de hermanos menores, de compañeros o subordinados en ámbitos
laborales, etc.
Simplificando mucho y sólo como una aproximación, podría
decirse que los nacidos en los 70s tienen ya muchos rasgos en común con los
millennials. Ya no dominan en el “adn” los rasgos patriarcales y jerárquicos; por
otra parte, en ellos ya se ve claramente una gran capacidad de exploración,
diversificación, creatividad y respuesta rápida. Estos son puentes de afinidad
con los millennials. Seguramente hay otros también.
Donde son más diferentes las perspectivas entre los de los
70s y los millennials es en qué esperan del mundo y cómo tienden a vincularse
con él. Hay un video actualmente muy difundido, de Simon Sinek, hablando sobre
los millennials y su relación con el trabajo en las empresas [xi],
que resulta muy útil como ejemplo para esta cuestión. Sinek, un escritor y
motivador inglés nacido en 1973, formula sus cuestionamientos a esa generación.
Lo hace desde una actitud básicamente comprensiva e incluyente, e incluso, en
algunos aspectos expresa (tal vez sin proponérselo) su afinidad con ellos, al usar
situaciones de su propia vida para ejemplificar actitudes de los millennials
(p.ej., en cuanto a la “adicción” al celular). Ahora bien, en varios pasajes de
su exposición, también Sinek luce irritado. ¿Por qué? Según proponemos más
arriba en las pinceladas sobre cada década, los nacidos en los 70s son con
frecuencia adherentes tardíos a los viejos modelos de socialización, trabajo,
esfuerzo y éxito que propone “el mundo”. Quizás por eso Sinek se irrita cuando
ve a jóvenes de los 80s y 90s pretendiendo llegar (seguramente con joven
ingenuidad) a equivalentes lugares de satisfacción que los que él y algunos de
su generación han logrado trabajando duro, mientras que estos jóvenes tratan de
hacerlo sin pagar los precios de esfuerzo, alienación y subordinación al
formato viejo de la sociedad (en el caso del video, las empresas), del cual
esperan muy poco.
En todo caso, criar hijos se ha convertido definitivamente en
otra cosa a partir de los padres nacidos en los 70s. Poco queda en ellos del
“adn” dominador de sus propios padres. Además, les tocará criar a los nacidos
en los 90s y siguientes, es decir, vérselas –ahora sí- con seres realmente
“extraños”. Si bien los setentistas, por su propia adhesión al mundo como es,
intentarán constituir estructuras familiares estables y brindar a sus hijos una
“buena” educación, su propio “adn” no tendrá masa crítica para imponer con
continuidad y convicción a esos niños demasiadas normas en el seno de ese
formato.
Son los padres del “No sé qué hacer con mi hijo/a”. Lo cual
en realidad es un gran avance en el camino evolutivo, desde esta mirada. La
realidad de los tiempos, y los propios niños, harán el resto para sumergirse juntos,
sin posibilidad de evadirlo, en una abierta experimentación de nuevos modos
vinculares.
Criando y conviviendo
con los nacidos en los 90s
La categoría de “millennial” suele incluir total o
parcialmente a los nacidos en los 90s junto con los nacidos en los 80s,
mientras que, desde la mirada de esta investigación, hay interesantes diferencias
entre ambos grupos –además de muchas afinidades-, y por ende se modifica el
modo en que se teje su convivencia con las generaciones anteriores.
Sin ánimo de profundizar aquí más de lo necesario,
afinidades muy visibles entre los nacidos en los 80s y en los 90s son, por
ejemplo, la natural inclinación a la libre experimentación más que a las
estabilidades y los formatos fijos (rasgo que se viene incubando desde los
60s), la facilidad y versatilidad para moverse en entornos altamente
cambiantes, y el desinterés y desentendimiento hacia lo que aquí llamamos “el
mundo viejo” (rasgo emergido en los 80s).
Una primera diferencia importante, desde esta mirada, es que
los nacidos en los 90s en general manifiestan
temprana e inevitablemente su impronta, sin poder evitarlo, desbordando
desde el comienzo de su vida los formatos preparados para encauzarlos (proceso
que, para la mayoría de los nacidos en los 80s, en cambio, sucedía como
resultado de una maduración posterior a una primera adaptación más dócil). En
todo caso, algunos (o muchos quizás) de estos niños noventistas, en un segundo
momento adaptativo en la infancia (muy doloroso para ellos) optaron por
replegar velas, apagar sus luces y ensayar una muy forzada adaptación.
Otra diferencia frecuente es que, mientras que los de los
80s se sienten empujados a construir (nuevos mundos), los de los 90s no parecen
motivados por esta tarea sino más bien inclinados a transitar muy sueltos la
amplitud y diversidad de mundos.
Asociado a lo anterior, se manifiesta en ellos algo que a
los ojos de otras generaciones luce como una gran dispersión de intereses (y
por ende de la atención), resultado natural de que su tipo de procesamiento de
la realidad los inclina fuertemente a la diversidad, combinación e integración
de actividades, experiencias, saberes, técnicas, etc., resultándoles muy
antinatural permanecer demasiado tiempo en una sola actividad, un solo
proyecto, una sola carrera, etc.
Es que, si hay una gran impronta que entra en los 90s (es
decir, que se incorpora masivamente con esta generación, aunque la anterior ya
tuviera algunas trazas de esto), es la ampliación de la percepción, y esto
conlleva inevitables cambios en todos los funcionamientos vinculares, es decir,
en la su vida misma en la sociedad.
¿Cómo es entonces criar a los nacidos en los 90s? Perceptivos,
muy conectados con la vida, despiertos y sin filtro, emergen sin pedir permiso
a interactuar tempranamente con el medio desde su propio impulso y su propio percibir-sentir.
Poco dóciles, poco atentos a las indicaciones de esos seres que parecen estar
tratando de demarcarles una cancha que a sus ojos es mucho más amplia.
Se podrá decir que son rebeldes, desobedientes, hiperactivos
y vagos a la vez. En realidad, lo primero que sucede es que están viendo mucho
más de lo que sus mayores ven; eso es el salto perceptivo. Por eso no necesitan
(ni pueden) esperar a crecer (como le sucedió a los de los 80s) para adoptar su
propia postura frente a los adultos. Por eso se dirigen sin muchas dubitaciones
hacia lo que les atrae, y se desinteresan sin complejos de lo que no. Ven en
varios niveles, leen transparentemente la verdad escondida detrás de nuestros
disfraces, se sienten atraídos por la inmensidad.
Desplegar este potencial desde un cuerpo de niño/a
programado para las mismas necesidades físicas y emocionales milenariamente
vigentes en la especie, y además encajar en la realidad de los sistemas
familiares, educativos, sociales, económicos, culturales, etc. es un desafío
desmesurado, sobre todo para las primeras camadas de estos nuevos niños. Cuando
el ambiente exterior les ha resultado demasiado incompatible han desarrollado muchas
veces adaptaciones muy forzadas, respuestas autistas, auto-reclusiones en el
desinterés, la computadora o su cuarto. Cuando sus sistemas de auto-regulación y
cuidado han sido insuficientes para contener la fuerza de sus impulsos
expresivos, han experimentado tempranas y profundas crisis de todo tipo,
incluyendo el abuso de drogas y la exposición a altos riesgos de su vida. En la
minoría de los casos, se han dado condiciones y circunstancias propicias de
crianza y de vida que les han posibilitado el florecimiento y expresión de algunas
de sus cualidades a edades muy tempranas, emprendiendo caminos y viajes,
generando proyectos, expresando sabidurías, y también actuando talentos o
logrando multitudinarias movidas en las redes sociales, de modos inusuales a su edad (según la mirada
y referencias de las generaciones anteriores). Estas manifestaciones con
facilidad deslumbran a los adultos, y a ellos los empujan a la tentación de
aceptar el lugar de seres especiales, sabios, superdotados, etc., con que el
mundo busca ubicarlos en algún lugar que evite cuestionar(se) la profundidad
del cambio colectivo en desarrollo, cuyas manifestaciones no tan excepcionales
sino masivas están siendo otras: la crisis del mundo de los adultos, y esa otra
mayoría de niños y jóvenes que no encuentran condiciones tempranas propicias y
engrosan en cambio las categorías de intratables o enfermos.
Estas mayorías de niños y luego jóvenes, con sus
desconcertantes conductas y su poca docilidad, han sido campo fértil para las
etiquetas y los tratamientos de una psiquiatría más interesada en facturar que
en comprender, acompañar y sanar, recibida con gusto como aliada y auxilio anestesiador
por sistemas educativos y sociales básicamente represivos. En otros casos, la
riqueza y complejidad de estos niños y jóvenes -devenidos pacientes- ha
desbordado con facilidad los encuadres ortodoxos de psicólogos
bienintencionados. Sólo abordajes muy lúcidos y actualizados, abiertos y
profundos (en su mayoría surgidos de avances de la psicología en los 60s y los
90s), y a través de vínculos con terapeutas (en el sentido amplio de la
palabra) corporal y emocionalmente comprometidos con el mundo en cambio, suelen
ofrecen resultados liberadores y sanadores para ellos.
También son presa fácil para una sofisticada maquinaria
consumista, cuyas propuestas alienantes (acompañadas de un tremendo bombardeo
mediático-publicitario, con su desvergonzada manipulación de imágenes, íconos,
arquetipos y emociones –a la que ningún poder social ensaya siquiera poner
freno-), les ofrecen a precios muy módicos formas todavía muy primitivas
–cuando no bastardas- de adhesión y uso tecnológico de ese nuevo potencial
perceptivo-vincular que avanza en el planeta.
La realidad es que la gran mayoría estos nuevos niños y
jóvenes no saben bien qué hacer con ese tremendo potencial recibido, incluso
con frecuencia ni siquiera lo registran como tal, y el medio que los rodea
tampoco.
Ha sido y sigue siendo muy difícil para los nacidos en los
90s y para sus padres. Y para la sociedad, poco propensa ni preparada para
incluir lo diferente. La distancia entre percepciones generacionales parece
haber alcanzado aquí algo así como un punto máximo. Los nacidos en los 90s son
los primeros de algo. La tensión se extiende a los nacidos posteriormente, sin
dudas, si bien se va produciendo algún relativo acomodamiento mutuo, y una
sutil aunque incompleta negociación. Lo demás lo hace el tiempo, porque con los
años empiezan a ser también nuevas generaciones (incluidos millennials) los encargados
de recibir, criar, educar a los nuevos niños. Por eso no es pura ilusión
augurar un creciente encuentro. Y un mundo gradualmente diferente. En realidad,
es una historia que recién está comenzando.
¿“Los millennials van
a cambiar el mundo”?
A veces se escuchan preguntas con ese aroma. Desde la mirada
astrológica parece más apropiado decir que el mundo ya está cambiando; fogoneado por las revoluciones de principios del
siglo XX, de los años 60 y de los años 90 (cada una de distinta naturaleza),
avanza un proceso irreversible de profunda mutación, cuyo contenido más esencial
sigue siendo todavía inaccesible a nuestra comprensión y cuyo destino final,
seguramente, no está escrito.
En ese marco es que las nuevas generaciones de humanos
(desde los nacidos en los 80s al menos, y todos los siguientes) están mejor
“diseñados” que los anteriores para jugar el juego de este camino hacia un
nuevo estadío del planeta. Y por ende probablemente cumplirán roles
significativos, colectivamente y a través de muchos emergentes.
Pero no creo que sean sólo los “millennials” quienes vayan a
hacerlo. El impulso creador de mundos de los 80 y, mucho más aún, el nuevo
potencial perceptivo y vincular masivamente ingresado en los 90, son sin duda
dos ingredientes importantes del movimiento humano en este proceso planetario.
Habrá que ir descubriendo qué otras improntas y potenciales están agregando los
que nacen desde comienzos del siglo XXI, y cómo se tejerán los encuentros y
complementariedades de las nuevas generaciones entre sí. Habrá que ver también
en qué estado irá quedando la Tierra y sus pobladores a medida que las
generaciones anteriores vayan cediendo poder y protagonismo después de haber
hecho desde el siglo XX los primeros intentos de manifestar y usar a su modo y
desde su perspectiva las nuevas posibilidades. Y habrá que ver cuánto y cómo
madurará el potencial de estas nuevas generaciones, incluido como procesarán,
metabolizarán, integrarán y superarán taras o deformaciones resultantes de cómo
han sido envueltos por el mundo que los ha criado y sus ofertas –mezcla inevitable
de posibilidades nuevas, usadas por visiones viejas-.
A modo de conclusión
La astrología tiene la capacidad de ofrecer una mirada del tiempo superadora de la pura linealidad cronológica. Revela texturas y ritmos del tiempo; muestra su contenido, cualidades, improntas. Y las “generaciones” son una de las manifestaciones de esas texturas, ritmos y cualidades encarnadas en el tiempo.
Con ese enfoque, hemos ensayado entender a cada generación
desde su propia impronta, y a partir de allí las historias que se tejen entre
ellas, bajo el marco de los tiempos que corren. Si fuera por cuestionar no más,
la lista de defectos y limitaciones de los nacidos en los 80s y en los 90s
puede ser frondosa, como la de cualquier otra generación. Diferente en cada
caso, pero igualmente frondosas todas.
La mirada astrológica invita también a interesarse en primer
lugar en el potencial que pugna por florecer, antes que en la crítica de lo que
se ha podido hacer con él hasta ahora. Y ayuda a revelarlo. Es sobre ese
potencial que las generaciones, en la aventura de su manifestación, desarrollan
una dinámica de polaridades y el juego de luces y sombras, que también merece
ser explorado (lo cual excede esta presentación, que puede no obstante servir
como un punto de partida inspirador).
El picante Michael Moore, nacido en los 50s pero que no está
encerrado en el viejo mundo, puede decir con humor y sin enojo sobre los
millennials:
“(…) No creo que nosotros tengamos que hacer
algo en relación a ellos. Porque no fueron ellos los que crearon el cambio
climático, ni los que enviaron tropas a Irak; los millennials no causaron el
colapso de Wall Street. ¿Por qué tendrían que ser ellos los que arreglen esta
situación de mierda que les dejamos?”
“(…)
Ustedes no odian, son una generación de personas que no odian. ¿Han notado eso?
La mayoría de los que tienen entre 18 y 35 años son personas que no odian a la
gente por el color de su piel, o porque estén enamorados de alguien de su mismo
género.“
[xii]
También Simon Sinek, aquel nacido en los 70s, más allá de su
irritación puede decir comprensiva y paternalmente hacia el final de su video:
“Ahora
tenemos la responsabilidad de compensar el déficit y de ayudar a esta
generación asombrosa, idealista y fantástica a construir su confianza, a aprender
a ser pacientes, a aprender las habilidades sociales para encontrar un
equilibrio entre la vida y la tecnología.”
[xiii]
Creo que en la medida que seamos capaces de quedarnos con un
“No los entiendo” o con un “Son diferentes a mí (y a mi generación)”, sin
juzgarlos ni pretender que sean como nosotros (o como nosotros podamos
entender), todo será más fácil y más fructífero.
Y con esto llegamos de regreso al principio de estas
reflexiones: estamos todos metidos en el baile de aprender a vivir en la diversidad.
También en la diversidad generacional. Y si es cierto que la diversidad
enriquece la vida, porque nos permite sumar cualidades y compartir capacidades,
si cada generación nos muestra con mayor inspiración un lado de las cosas,
entonces, si aprendemos a convivir en paridad, habremos ganado todos.
Autoretrato: los
nuevos viajeros
Comparto como cierre este texto escrito por un nacido en los
90s, que describe a los viajeros de su generación. [xiv]
Podemos leerlo literalmente, pero también metafóricamente.
“Durante los últimos años
ha brotado una nueva generación de jóvenes que, motivados por la aventura y el
conocimiento (y ayudados por las nuevas tecnologías), han levantado las anclas
de sus tierras y se han lanzado a recorrer el mundo. Generalmente, son personas
educadas, críticas, que han pasado por el muelle del sistema y no han quedado
satisfechos de los principales pilares que lo sustentan. Son inteligentes,
respetuosos, han perdido el miedo a los cambios y han desvalorizado las
posesiones materiales. Se trata de gente libre, independiente, que aprecia la
compañía y también la soledad. Jóvenes que priorizan el tiempo frente al
dinero, y que invierten todos sus recursos en busca de nuevas experiencias. Son
amables, predispuestos a compartir momentos con desconocidos y aprender
cualquier actividad, sin restricciones de género ni prejuicios de clases.
Estos revolucionarios,
porque lo son, admiran la naturaleza y saben que el bienestar siempre se halla
cercano a ella. Flexibles con los horarios y con los demás, defienden que nada
ni nadie debe alterar su equilibrio emocional. Personajes estables, que no
necesitan constantes halagos para motivarse, e inventan su propio destino en
base a sus gustos y aspiraciones. Sin apegos, acostumbrados a las despedidas, y
saben que los héroes fenomenalmente trascendentes existen sólo en las
películas. No idolatran, pero sí admiran. Conciben la temporalidad como un hilo
que enlaza esfuerzos, descansos y pequeñas recompensas. No compiten con nadie,
se alegran de los méritos ajenos, y tratan de mejorar sus aptitudes. Aprecian
la pureza de los espacios naturales y se sienten atormentados cuando alguien
quiere pasarles por encima sin que medie el respeto. Aman la justicia y la
autonomía, y aborrecen la arbitrariedad. Son guerreros que luchan contra la
desigualdad y, aunque no presumen de sus cualidades, el carisma que les regala
la experiencia, hace resonar sus contundentes mensajes.
Esta generación nómada es
una pequeña porción humana que rompe los esquemas. Constituyen una masa en
auge, que no está dispuesta a vivir las vidas que otros escogieron para ellos.
La revolución está proclamada, y ellos son parte de los luchadores que
cambiarán el rumbo de las futuras generaciones. Son el preludio, el prólogo del
libro que aún está por escribirse.”
Adrià
Homs (nacido en 1991 o 1992)
( ANEXO )
Eventos astrológicos significativos del siglo XX-XXI
Para esta exploración de las generaciones, utilizamos como
base inspiradora los movimientos astrológicos de largo plazo, es decir, aquellos
tránsitos que duran muchos años, así como eventos astrológicos que suceden cada
varias décadas o siglos. Es importante tener en cuenta que en astrología
consideramos que estos eventos tienen un período de resonancia de varios años
(orbe), antes y después del suceso astronómico.
En particular, para esta investigación, me han parecido muy
relevantes los encuentros entre los llamados planetas transpersonales, sus
tránsitos por los diferentes signos, y los movimientos principales del ciclo
entre Saturno y Plutón, de todo lo cual hacemos seguidamente una sintética
enumeración, sin perjuicio de que existen otros factores astrológicos que
también reflejan movimientos de época.
Encuentros entre los
planetas transpersonales
Llamamos transpersonales a los tres planetas del sistema
solar más alejados del Sol: no son visibles a simple vista y recién fueron
descubiertos modernamente (Urano en 1781, Neptuno en 1846 y Plutón en 1930).
Tienen órbitas de larga duración (entre 84 y 246 años), por lo cual permanecen
muchos años en cada signo. También los encuentros entre sí en el cielo (conjunciones,
oposiciones y otros) suceden cada mucho tiempo. El período de alta resonancia
de sus conjunciones y oposiciones es de hasta 10-15 años.
Los principales encuentros entre estos planetas, en el
período vinculado a las generaciones actuales, han sido:
-
1891-92: conjunción entre Neptuno y Plutón (la
anterior había sucedido en 1398-99; ambas ocurrieron en Geminis);
-
1965-66: conjunción entre Urano y Plutón, en
Virgo (la anterior sucedió en 1850-51, y
la oposición en 1901-02);
-
1993: conjunción entre Urano y Neptuno, en
Capricornio (la anterior sucedió en 1821,
y la oposición en 1906-1910);
-
2012-15: cuadratura creciente entre Urano y
Plutón, en Aries y Capricornio (que completa una primera fase del ciclo entre
ambos planetas iniciado en 1965-66).
Tránsitos de los
planetas transpersonales por los signos
Estos planetas permanecen muchos años en cada signo (Urano,
7 años en promedio; Neptuno, 12-13 años en promedio; Plutón, entre 10 y más de 20
años según los signos). Desde mediados del siglo XX, los recorridos de estos
tres planetas han sido los siguientes:
-
Urano: en Cancer desde 1949; en Leo desde
1955-56; en Virgo desde 1961-62; en Libra desde 1968-69; en Escorpio desde
1974-75; en Sagitario desde 1981; en Capricornio desde 1988; en Acuario desde
1995-96; en Piscis desde 2003; en Aries desde 2010-11; en 2018-19 entrará en
Tauro.
-
Neptuno: en Libra desde 1943; en Escorpio desde
1955-57; en Sagitario desde 1970; en Capricornio desde 1984; en Acuario desde
1998; en Piscis desde 2011-12; en 2025-26 entrará en Aries.
-
Plutón: en Leo desde 1939; en Virgo desde
1958-59; en Libra desde 1971-72; en Escorpio desde1984; en Sagitario desde 1995; Capricornio desde 2008;
en 2023-24 entrará en Acuario.
Aunque todos estos movimientos son profundos y
significativos, a los fines de esta mirada podemos resaltar los siguientes:
-
la salida de Plutón de Leo (después de casi 20
años) para entrar en Virgo, en 1958-59;
-
la entrada de Urano (1968-69) y Plutón (1971-72)
en Libra;
-
el paso de Plutón por Escorpio (su signo
natural), de 1984 a 1995;
-
el paso de Urano (de 1988 a 1995) y Neptuno (de
1984 a 1998) por Capricornio;
-
el paso de Urano por Acuario (su signo natural),
de 1995-96 a 2003;
-
la entrada de Plutón en Capricornio (en 2008) y
su recorrido por este signo hasta 2023-24;
-
el paso de Neptuno por Piscis (su signo
natural), desde 2011-12 hasta 2025-26.
El ciclo entre Saturno
y Plutón
También parece importante destacar un ciclo que se
manifiesta fuertemente en los procesos sociales: el de Saturno (las
estructuras, lo establecido) con Plutón (la destrucción de lo viejo, el poder).
Es un ciclo que dura unas cuatro décadas. Los años 1947, 1982 y el próximo 2020
marcan inicios de este ciclo. Los poderosos años 1966 y 2001 marcan la mitad
(la “oposición”, el reflujo) de los respectivos ciclos. El período de mayor
resonancia de estos eventos es de 2 a 4 años, según los casos. El detalle es el
siguiente:
-
1947: conjunción (inicio de ciclo) entre Saturno
y Plutón, en Leo;
-
1965-66: oposición (mitad del ciclo) en
Piscis-Virgo;
-
1982: nueva conjunción (inicio de nuevo ciclo)
en Libra;
-
2001: oposición (mitad del ciclo) en
Geminis-Sagitario;
-
2020: nueva conjunción (inicio de nuevo ciclo)
en Capricornio.
El ciclo entre Júpiter
y Urano
Puede agregarse a la enumeración también este ciclo. Aunque
sus conjunciones suceden con más frecuencia (cada 14 años) y tienen un período
de resonancia más breve (1 ó 2 años en general), signan momentos y
oportunidades (y también algo así como “minigeneraciones”) de gran apertura y
encuentros creativos con nuevas visiones de la realidad.
Para el período que analizamos, podemos mencionar las
siguientes conjunciones entre Júpiter y Urano: 1941 (en Tauro), 1954-55 (en
Cancer), 1968-69 (en Libra), 1983 (en Sagitario), 1997 (en Acuario), y 2010-11
(en Piscis y Aries); el próximo será en 2024 (nuevamente en Tauro).
Tres grandes momentos
Focalizando el interés en las generaciones que actualmente
transitan el planeta, parece haber tres momentos del siglo XX, que por sus
entrelazamientos de movimientos y configuraciones del cielo, se destacan
sobremanera: el inicio del siglo XX, mediados de los 60 y la primera mitad de
los 90.
El ingreso al siglo XX
¿Por qué incluimos este momento, que es anterior a las
generaciones que estamos mirando? Más arriba hemos señalado la conjunción entre
Neptuno y Plutón ocurrida en 1891-92, después de 500 años (la anterior marcó el
ingreso al siglo XV). Junto con otros eventos que también se entrelazaron entre
fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX (entre los que se
destacan la oposición entre Urano y Plutón en 1901-02, y la larga oposición
entre Urano y Neptuno, en 1906-1910, ambas en Capricornio-Cancer), configuran
un período de alta resonancia, que puede correlacionarse–entre una diversidad
de contenidos- con la revolucionaria ampliación de horizontes del conocimiento y
nuevos paradigmas en casi todos los campos (desde la física hasta la
psicología) y de nuevas formas sociales (la sociedad de consumo, la revolución
rusa, etc.) cuyo desencadenamiento funcionó como una suerte de basamento
temprano de procesos de gran profundidad que se desplegarían desde entonces y
generarían a su vez nuevos desarrollos y aperturas, todo lo cual continúa hasta
el presente, y cuyos alcances son han sido todavía hoy totalmente asimilados
por la conciencia colectiva de los humanos.
El siguiente texto escrito en 2006 por Richard Tarnas
(nacido en 1950), ayuda a intuir la importancia de ese período y la profundidad
de los impactos del proceso allí desencadenado:
“En
el transcurso del siglo pasado [s.XX], la visión moderna del mundo ha conocido
su máximo prestigio y su inesperado fracaso. Todos los campos y todas las
disciplinas –de la filosofía, la antropología y la lingüística a la física, la
ecología y la medicina- han ofrecido nuevos datos y nuevas perspectivas que han
desafiado supuestos y estrategias bien establecidas de la mente moderna. Este
desafío se ha visto magnificado y se ha hecho más imperioso debido a la multitud
de consecuencias concretas, en gran parte problemáticas, de esos supuestos y
estrategias. En la primera década del nuevo milenio, casi todas las actitudes
clave de la cosmovisión moderna han sido ya críticamente reconsideradas y
deconstruidas, pero a menudo no se las ha abandonado, a pesar del elevado coste
que esa actitud puede entrañar. El resultado en nuestra propia época posmoderna
ha sido un estado de extraordinaria agitación y fragmentación intelectual,
fluidez e incertidumbre. El nuestro es un tiempo entre distintas visiones del
mundo, creativo aunque desorientado, una era de transición en que la antigua
visión del mundo ya no se sostiene, pero la nueva todavía no ha madurado.” [xv]
Desarrollar el contenido e implicancias de ese momento
excede este anexo, pero es importante incluirlo como referencia para abrir la
percepción de que todo el siglo XX ha sido el escenario para ir constatando (a
través de sucesivas fases … y generaciones)
que el mundo ya “no es lo que parecía ser”, e ir descubriendo, explorando
y tratando de asumir sus consecuencias, nada menos que los nuevos alcances,
dimensiones y fronteras de lo real para la experiencia y la conciencia humanas
y la vida toda del planeta.
Los años 60
A mediados de los 60, la conjunción de Urano (el cambio, lo
nuevo) y Plutón (la destrucción de lo viejo) parece simbolizar el parto de una
nueva época, máxime si se considera que incluye una oposición conjunta de ambos
planetas a Saturno (las estructuras, lo establecido).
En una mirada rápida, podemos relacionar esta configuración
con la explosión de movimientos de transformación social (sólo como un botón de
muestra: el hipismo, el pacifismo, la libertad sexual, la igualdad de género,
los movimientos de liberación en el tercer mundo, el Mayo Francés, la Primavera
de Praga y otros muchos eventos de alto valor simbólico, la guerra de los Seis
Días en Medio Oriente, el Concilio Vaticano en la Iglesia Católica, etc.), el
nacimiento, renacimiento o expansión de recursos revolucionarios para la vida a
través de muchísimos descubrimientos y avances en la ciencia y el conocimiento
en general, así como una verdadera expansión de fronteras para los humanos
(internet, la llegada del hombre a la Luna, la ampliación y difusión de las
experiencias con estados no ordinarios de conciencia, etc.), que llegaban para
quedarse y desplegarse en diversas formas y ritmos en las décadas siguientes
(más allá de retrocesos temporarios y mutaciones evolutivas).
Cabe agregar que en los años 2012 a 2015, se produce la
cuadratura creciente entre los mismos planetas: Urano (ahora en Aries) y Plutón
(ahora en Capricornio), que parece representar un momento de alta tensión y
plasmación de ese movimiento energético generado en aquellos años 60.
Los años 90
En la primera mitad de los 90, una conjunción entre Urano
(el cambio, lo nuevo, lo abierto y experimental) y Neptuno (lo perceptivo, la
sensibilidad, la totalidad, lo cósmico), parece reflejar la impregnación del
planeta y los humanos de una suerte de nuevo horizonte de sensibilidad y percepción,
un nuevo “software de base”, que se traduce en la apertura y difusión de
mayores planos de percepción, vinculación e interacción más amplia en todos los
niveles y se refleja en transformaciones de la época (desde la expansión de la
tecnología digital, celular, etc., la globalización económica y financiera, las
técnicas de exploración de planos sistémicos y niveles sutiles en la ciencia,
la psicología, nuevos modos de las relaciones, etc.). El hecho astronómico se
produce en 1993, pero desde los inicios de la década ya se pueden observar las
versiones tempranas de este movimiento, tanto en los acontecimientos sociales
como en la energía (las cartas natales) de los que nacen desde entonces.
Mientras que los 60 se visualizan más fácilmente como un proceso
“social”, los 90 parecen mostrarse más
ostensiblemente en sus aspectos tecnológicos, económicos y sólo en una
mirada más profunda se advierte su importancia como un cambio en la percepción
y los vínculos. Pero se trata en ambos casos de
movimientos muy globales de la vida del planeta y las sociedades.
Desde ya, cada una de las épocas y momentos mencionados, y
los procesos que desencadenan, van tomando diversas y variadas formas de
manifestación –más o menos evolutivas, más o menos pobres, o incluso
degradadas- según los diversos estados de disponibilidad y fecundidad de las
realidades donde va cayendo la semilla de lo nuevo.
[i]
Briggs, John y Peat, F.David, “Las siete leyes del caos”, Ed. Grijalbo, 1999,
p. 180.
[ii]
Como parte de lo suele denominarse “astrología mundana”.
[iii]
Las clasificaciones más conocidas o difundidas por estos horizontes respecto de
las generaciones de la segunda mitad del siglo XX, hablan de “Baby-boomers”,
Generación X, Generación Y, “Millennials”, Generación Z. Estas categorías
surgen desde miradas de los países desarrollados del hemisferio norte; abarcan
períodos variables según autores y enfoques. Como generalización, puede decirse
que se denomina “Baby-boomers” (término que hace referencia al boom de
nacimientos en EEUU y Europa al término de la Segunda Guerra Mundial) a los
nacidos desde 1945-46 hasta algún momento de los años 60, dependiendo de los
autores; la Generación X se ubica desde ese momento hasta fines de los 70 o
incluso algún momento de los 80; la Generación Y (concordante usualmente con la
categoría de “Millennials”, en referencia al nuevo milenio que estaba cercano)
suele definirse entre algún momento más bien temprano de los 80 y mediados o
fines de los 90, o incluso más del 2000, en algunos casos; la Generación Z
serían los posteriores a éstos. Un factor común a estas miradas es que en
general buscan caracterizar a cada generación principalmente en función de
acontecimientos colectivos vividos por ellos (en la niñez y juventud, en
particular). La mirada astrológica, en cambio, por su propia naturaleza, pone
el ojo en el momento de nacimiento. En cuanto al período de las generaciones,
hace ya algunas décadas se ha dado una tendencia a reducirlo, abandonándose el
criterio de 25 años hacia lapsos más breves (entre 15 y 20 años, lo más común)
y por períodos no necesariamente regulares, lo cual queda reflejado en las
distintas versiones existentes de las clasificaciones mencionadas más arriba, e
implica también un mayor desentendimiento del ritmo padres-hijos. Desde nuestra
mirada, esta reducción de tiempos es concordante con la aceleración de los
procesos (“la aceleración del tiempo”) durante el siglo XX.
[iv]
Momento de la década en que, además, la
conjunción de Urano y Plutón se contrapone frontalmente a Saturno (las
estructuras, lo establecido, Capricornio).
[v]
Mujeres “todo terreno”, como se autodefinen muchas veces. Con frecuencia han
experimentado gran desconcierto cuando la vida las introdujo con fuerza en
experiencias de clara impronta femenina (el enamoramiento, la maternidad u
otras).
[vi]
Mi hijo nacido en 1983 (y criado por padres de los 50s que estimularon
sesentistamente su libertad) solía decir en momentos de esta tensión entre
mundos en su vida: "Ustedes nos dieron el paquetito con la bomba, y
nosotros no sabemos qué hacer con él".
[vii]
Es cierto que, en generaciones anteriores (y en cierto modo desde siempre) han
nacido seres “especiales”, es decir, con características similares a esta nueva
configuración que –según la percepción de esta investigación - ahora se
presenta colectivamente en la vida del planeta.
[viii]
Uno de esos padres cincuentistas se preguntaba: ¿nosotros también habremos sido
“extraños seres” para nuestros padres? Creo que los que nacimos en los 50s
éramos dignos herederos del “adn” de nuestros padres, hasta que en la
adolescencia (durante los 60s y 70s) llegaron el rock and roll, la revolución,
etc. y fue allí que nos convertimos en extraños para ellos. Y hasta enemigos a
veces; los años 70, al menos en Sudamérica, muestran el dramático escenario de
padres matándose con sus hijos, generacionalmente hablando.
[ix]
Navalón, Antonio: “Millennials: dueños de la nada ¿Vale la pena construir un
discurso para aquellos que no tienen la función de escuchar?”, Diario El País
(España), 11 de junio de 2017. En: http://elpais.com/elpais/2017/06/11/opinion/1497192510_685284.html
[x]
Uno de los comentarios posteados en Facebook al enojado artículo de Navalón que
citamos más arriba.
[xi]
Sinek, Simon, “Los millennials en el trabajo”, 2016. En: https://www.youtube.com/watch?v=5-TimrsCrHc
[xii]
Michael Moore (n.1954), “La extinción del varón blanco heterosexual”, fragmento
del unipersonal "Michael Moore in Trumpland”, 2016. En: https://www.youtube.com/watch?v=eRXJRx7ZxWY
[xiii]
Sinek, Simon, en el video citado más arriba.
[xiv]
No tengo más datos de esta cita; llegó a mis manos a través del Facebook de
otro millennial (gracias, Nico Anún).
[xv]
Richard Tarnas, “Cosmos y Psique – Indicios para una nueva visión del mundo”,
2006. Traducido al castellano en Ed. Atalanta, 2008. Es quizás el más importante
de los trabajos contemporáneos de exploración astrológica de los procesos colectivos
de Occidente en los últimos siglos, desde la revolución copernicana hasta
nuestros días.
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